Alguna vez todos los mexicanos, y esto quiere decir que sin excepción,
nos hemos preguntado en medio de un profundo desasosiego ¿Cuál es el mayor
mal nacional, cuál es la más insidiosa de todas nuestras debilidades, cuál
nuestro peor defecto? ¿Cuál será nuestra mayor perversión o deformidad social? ¡Si!
Por duros de entrañas o de sesera que seamos o por afortunados en la ruleta de
la vida, todos nos hemos hecho esa pregunta al menos en una ocasión, otros nos
la hacemos con frecuencia y seguramente habrá mexicanos sensibles y piadosos
que la re formulen a diario.
Todos los días, cuando leo la sección editorial de los diarios o
cuando escucho a nuestros políticos más ilustres proponer o justificar leyes o
reformas, superficiales o estructurales, siento que sus palabras me dicen, a mí
y a cualquiera que los lea o escuche, que van a resolver alguno de nuestros
grandes problemas nacionales, sea el de la educación, el de la distribución de
la riqueza, el de las oportunidades para
los necesitados, el de justicia para los ultrajados, y así en un infinito etcétera.
Estoy seguro que usted también ha escuchado, a linajudos
caballeros y a señoras distinguidísimas exponer grandes soluciones para
nuestros grandes males, los que son economistas coinciden al dejar en claro que
el gran problema nacional es económico y que un par de ajustes, que por casualidad traen en la chistera, bastarán para poner a México y a nosotros en Jauja;
Cuando son priistas o panistas o perredistas, argumentan sin que les tiemble la
voz, que con votarlos a ellos todo será color de rosa; Cuándo son funcionarios dirán
que con mayores facultades para ellos o para su jefe será suficiente, los
ministros de la Suprema Corte pedirán mas dinero y plazas para sus protegidos; No solo es cuestión de funcionarios, los líderes
de los comerciantes pedirán que les quiten de encima todos los trámites
engorrosos, los automovilistas se conformarán con que se construya tal o cual vialidad o quiten tal o
cual regla de tránsito o no se cobre la tenencia, cuando son intelectuales pedirán
mayores presupuestos para el Sistema Nacional de Investigadores, para las amas
de casa el mal está en los altos precios de todo, cuando son obreros la
solución será que suba el salario, cuando se les pregunta a los reos pedirán
buenos jueces y prisiones al menos soportables, cuando
se les pregunte a los intelectuales snobs y exitosos pedirán que se legalicen las drogas y nuestros
indígenas se conformarán con que les quiten de encima a los policías municipales,
estatales y federales, para los narcos el problema mayor es la protección que
las autoridades brindan a sus competidores. El mexicano cuando es ciudadano y
elector pedirá que desaparezcan los partidos políticos, pero cuando se nos
pregunta a cada uno de nosotros por el mayor mal de todos, no aquel que nos
aqueja en lo particular, sino aquel que a todos nos lacera a todos, gritamos a
coro nuestra respuesta: La corrupción.
Sin embargo es falso que el mayor de todos nuestros males sea la
corrupción, simplemente es un mal entre todoslosdemás, un mal muy grave, pero
no el mayor mal nacional, no es el mal de males, ni la madre de todos los
males, ni el mal que realmente nos tiene en el pozo. El gran mal que padecemos
y que produce a todos los demás, el mal que es padre de todos los males, que es
la madre que pare a todos los demás es la simulación, la gesticulación. Por
alguna maldición milenaria, los mexicanos desarrollamos este perverso mal, que
seguramente ha inoculado a otras sociedades
del mundo, pero en México a diferencia del resto del planeta la simulación es la
reina de los males, el mal primitivo, el mal primigenio del cual se derivan
todos los restantes males endémicos.
Claro que los mexicanos simulamos casi por naturaleza, no me
refiero a la simulación personal -esa con la que educamos a nuestros hijos y
con la que vivimos en familia y con el círculo afectivo más cercano- esa la
dejaremos para nuestra conciencia, solo nos concretaremos a la simulación de
orden político, esa que practicamos cuando se trata de nuestras instituciones,
esa que brilla en las cámaras de nuestras legislaturas y de nuestros
tribunales, esa que practica cada mexicano cuando se dirige a la nación o a su
cabildo, esa que resplandece en el seno de nuestros partidos políticos, esa que
llena de contenido a los debates sobre los grandes temas nacionales, esa por la
que aplaudimos a sabiendas de que aplaudimos una farsa, esa que se sublima en
cada frase de nuestros economistas a sueldo o de cualquier dirigente o líder,
esa misma que está en el centro de cualquier creación política nacional o la
adaptación de cualquiera del exterior, esa que preside en cualquier sindicato
sea de trabajadores o de patrones, esa que es el lugar común que permite a
pandilleros apropiarse de las universidades públicas.
Simulamos desde que pretendimos ser una república que en realidad
nunca hemos sido, simulamos cuando pretendimos ser además de república una
federación, cuando en México reina el centralismo, desde que pretendimos ser una
democracia sin serlo, cuando declaramos la separación de poderes que se
encuentran en manos de lacayos, cuando adoptamos leyes de otros países pero
para aclimatarlas las deformamos y degradamos, cuando somos candil de la calle
con posturas que no practicamos dentro de México, cuando simulamos valores
sociales y políticos que despreciamos y no existe oficio o profesión que escape
a esta simulación generalizada, los contratistas que simulan ganar concursos
públicos, los funcionarios que simulan equidad al resolver, los economistas que
no creen en lo que proponen, ni los jefes policiacos, ni los legisladores, ni
nuestros gobernadores creen en sus discrusos, ni nuestros intelectuales son
veraces y en todos los casos, por desgracia, los candidato simulan sistemáticamente
y los electores aceptamos esa comedia electoral de cada tres o seis años.
La simulación engrasa mejor que la corrupción los ejes de nuestra carreta
política, mueve mejor a los partidos, a los grandes medios de comunicación, a
los funcionarios públicos desde los más modestos, hasta los que viven en la
cumbre, la simulación se practica impunemente en cualquier pacto político,
simula poderes legítimos que carecen de legitimidad, simulan a una democracia
que no existe, a un federalismo de membrete, a una realidad que es simple
ficción. En cuanto a lo real como el petróleo, el mayor recurso natural de que
ha disfrutado la humanidad y que tuvimos en abundancia los mexicanos, la cosa fue
y es dilapidarlo hasta que se acabe, vendiéndolo a precio de rebatinga mientras
simulamos un debate sobre él, en cuanto a lo real que somos los más de 130
millones de mexicanos de carne y hueso, el asunto es que aguantemos hasta donde
podamos, para que al final una minoría sobreviva con los vestigios que queden
esparcidos.
No hay mal peor, ni más perverso que la simulación, porque no proviene de afuera,
sino de adentro de nosotros mismos, no de ese “nosotros” colectivo, sino de
cada uno de nosotros como individuos, como personas. Los males sociales son el
reflejo de nuestros males individuales, no podemos esperar, en general, tener
políticos o gobernantes mejores que nosotros, tampoco debemos suponer que
nuestros dirigentes estan infectados de un mal que exclusivamente los afecta a
ellos y no a nosotros, por lo que para combatir a la simulación, a nuestra
simulación, es una tarea personalísima, frente a nosotros queda solamente
seguir simulando o .. dejar de hacerlo.
Por Antonio Limón López