Lo
logrado por Andrés Manuel López Obrador es toda una proeza, nació en un hogar
evangelista, su padre era el abarrotero del barrio y su madre, una española de segunda generación, dedicada a sus hijos y a su casa, su futuro era el de ser otro Pastor en el sureste amparado por el Instituto Lingüístico de Verano, el brazo
misionero de los luteranos traído a México por Plutarco Elías Calles para combatir
a la religión católica, o tal vez podría ser un profesor, o en el mejor de los casos un ingeniero,
pero nadie hubiera esperado que eligiera una carrera humanista tan poco apreciadas por los evangelistas, pero así fue y con dificultades salió de su casa con una cuantas cosas, su biblia y su fe inquebrantable rumbo a la capital.
Antes
de titularse como licenciado en Ciencias Políticas de la UNAM, le llegó la
oportunidad de ser el más alto funcionario federal posible en Tabasco, fue nombrado delegado
del Instituto Nacional Indigenista. A pesar de que en su casa paterna no había otro
libro que la Biblia en su versión Reina Valera y el Nuevo Testamento, el López Obrador de ahora aparece en
videos y fotografías rodeado de libros, pero que a juzgar por sus juicios sobre ellos o no los ha leído, o los interpreta con pobreza.
A
pesar de una infancia y juventud sin libros ni ejemplos culturales, y con
apenas dinero para viajar al Distrito Federal donde vivió en una casa de
estudiantes y con la sola y muy pobre educación pública del cuño de López
Mateos -Echeverría, López Portillo abrevada en el lumpen intelectual capitalino
que es el priismo, y como ya he dicho, a pesar de todo ello y contra todos los vaticinios, AMLO es ahora el Presidente de México y por si eso fuera poco, es dueño,
amo y señor del partido con mayor número de adeptos en el país y dueño de las dos cámaras federales y de casi todos los congresos de los estados.
La
ironía, cuyo reino es el de la política ha querido caprichosamente que su
némesis político sea una persona con mucho mayor cultura libresca, Felipe Calderón
Hinojosa, hijo de un abogado que fue fundador del Partido Acción
Nacional, de una familia católica practicante, acostumbrado a libros excelentes con los que convivió desde su infancia, y que fue llevado por su
padre Don Luís Calderón Vega, un indio purépecha de pura cepa a la Ciudad de México a estudiar la carrera de abogado en la
prestigiada y costosa Escuela Libre de Derecho. En el PAN fue recibido con todo tipo de privilegios y dentro del partido recorrió toda su
estructura burocrática hasta ser dirigente nacional y en 2006, su candidato a
la presidencia de la República.
Dos
vidas totalmente distintas, pero ambas abocadas plenamente a la política: Calderón
siguió la vía del privilegio en su partido y López Obrador se impuso dentro del
PRD, enviando a la lona a Heberto Castillo, a Lázaro Cárdenas y de paso al popular y corrupto panista Diego
Fernández de Cevallos. La ironía es que siendo López Obrador de extrema derecha se proclama liberal y de
izquierda, con lo cual demuestra que en México las ideologías no van más allá del puro nominalismo formal. Felipe Calderón también sepultó a
Santiago Creel y a Vicente Fox, también dejó sentado mediante alianzas con los priistas, la maestra Gordillo, Javier Lozano Alarcón y los Yunes que la
ideología le interesaba un cacahuate o algo menos que eso.
Las coincidencias entre ambos abundan, en lo ideológico ambos carecen de ellas, en lo religioso ambos se proclaman, por estrategia guadalupanos, tienen discursos al gusto de un pueblo globero, en suma, coinciden en la farsa. En lo que también coinciden plenamente, es en la manipulación del Ejército y Marina armada para sus fines
políticos.
El Ejército
mexicano patrulla a México desde que adquirimos en 1821 la independencia, durante
el siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX descaradamente los militares
gobernaban, se sublevaron, asesinaron y se robaban descaradamente lo que fuera,
pero sus aficiones favoritas eran la traición y la farsa. A partir de que el
embajador Dwight W. Morrow ordenó a Plutarco Elías Calles formar un partido de
los revolucionarios para darles por la buena lo que quisieran y evitar que
siguieran eternamente en constante revuelta, los militares se calmaron a base
de haciendas, cañonazos de cincuenta mil pesos y paladas de oro.
Esa
conducta les ganó el aprecio de este pueblo, sobre todo porque los políticos
civiles al quedar solos en el escenario se dedicaron a lo mismo que los militares pero sin proclamar planes, ni rebeliones, ni asonadas, pero si a robar, a mentir y a
traicionar, es decir a hacer lo mismo que los militares.
Nuestras fuerzas armadas siempre
han estado en las carreteras de México, en las calles y han sido la policía
política, utilizando figuras de simulación como la Dirección Federal de
Seguridad o engrosando las filas de los cuerpos policiacos federales y
estatales. Pero fue Felipe Calderón que prometió desde su campaña la "Guerra
contra el narcotráfico" y fue él quien se colocó, al menos en la demagogia, en el frente
contra la Delincuencia Organizada.
En
realidad nunca ocurrió la “Guerra contra el Narcotráfico” prometida, aunque si, el
Presidente Calderón ordenó el despliegue en Michoacán que solo se limitó contra
los alcaldes panistas por ser en su mayoría leales al entonces Senador Marko
Cortés, un aliado de la “Familia Michoacana”, además el ejército hizo labores
de patrullaje por todo el país y eventualmente sostuvo enfrentamientos directos
con los narcotraficantes por indicaciones de la DEA, pero en general permaneció
al margen de la guerra entre los carteles delincuentes, que se asesinaron entre
ellos sin que nadie se los impidiera, y si no me creen, lean a Anabel Hernández.
Conforme a su costumbre de hablar como Cantinflas, el 23
de agosto pasado el Presidente López Obrador dijo en Tabasco, respecto a su estrategia
contra le Delincuencia Organizada:
“Calderón declaró la guerra, le pegó un
garrotazo a lo tonto al avispero y nos metió en todo esto que estamos
padeciendo todavía. No había ni siquiera un plan y en vez de atender las causas,
quiso -de manera espectacular- resolver el problema sólo con el uso de la
fuerza.
No olvidemos -que esto no se dice-
que cuando declara la guerra a la delincuencia organizada va a Michoacán, en
Apatzingán, que hay mucho calor, así como en Tabasco, es la Tierra Caliente de
Michoacán, y va vestido de militar, se pone un chaleco -que hasta le quedaba
grande, parecía el comandante Borolas- y ahí declara la guerra.”
Sin
embargo, López Obrador ha cubierto de honores, elogios y prebendas al Ejército Mexicano,
ha puesto a la Guardia Nacional (una policía civil) bajo el mando militar con
la complicidad de la oposición, demostrando que también
él se pone el uniforme militar y que también es otro comandante Borolas. De hecho la Guardia Nacional no ha hecho otra cosa que funciones de auxiliares de la "Border Patrol" conforme a las instrucciones de Donald Trump, y a las funciones decorativas con sus vistosos uniformes, pues no ha impedido ni un solo homicidio en el país.
En
esto coinciden tanto Felipe Calderón como Andrés Manuel López Obrador, en su
entrega impúdica a las fuerzas armadas, en el desprecio a la
sociedad civil que es pisoteada por este par de políticos oportunistas, entreguistas al ejército y también faltos de valor
civil. Un par de involuntarios comediantes y comandantes Borolas, sin que con esto pretende desprestigiar al popular cómico de profesión.
Por Antonio Limón López
Por Antonio Limón López
@antoniolimon