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COLOSIO, EL HEROE IMAGINARIO


Recuerdo perfectamente ese 23 de marzo de 1994, en que Luis Donaldo Colosio fue herido en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana y, una hora después, declarado muerto en el Hospital General. Yo estaba en Tijuana y ahora lo puedo decir sin ningún riesgo. Durante varios años, confesar en la ciudad de México que uno estaba en Tijuana el día del magnicidio, era como sacar un boleto de viaje a las mazmorras de la PGR.
En realidad nada tiene de sorprendente que estuviera en Tijuana, pues en Tijuana vivo y desde mucho antes del homicidio del sonorense. Estábamos mi padre y mi hermano Jacobo en el restaurante “Denny’s” de la Avenida Revolución. Recuerdo que el Lic. Antonio Limón Hernández, nuestro padre, nos explicaba el diagnóstico médico sobre un tumor que recién se le había localizado en el esófago, hablaba con esa forma forense de exponer un problema y de enunciar sus probables consecuencias, además tenía un pronóstico: Si la cirugía resultaba exitosa --sería en un par de días-- viviría unos 4 años más, y en este caso no ocurrió el milagro que hubiéramos querido, él murió la madrugada del 25 de diciembre de 1998.
La noticia era un trago amargo, no sabíamos que decir, yo estaba pasmado, pero mi hermano Jacobo, como médico y ya para entonces muy experimentado, tenía una mirada de amistosa resignación al escuchar a su padre.  En eso, algunos de los parroquianos se pararon para aproximarse a un televisor, la noticia era que hacía unos momentos Luís Donaldo Colosio había recibido uno o dos disparos, era entonces el candidato del PRI a la presidencia de la república.
Cada uno con su pena, pero a partir de ese momento el tema obligado en Tijuana, fue el atentado contra el seguro próximo presidente de México ¿Quién habría sido el autor de tan terrible crimen? ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Y los guardias del Estado Mayor? ¿Cuántas personas más habrían muerto? ¿Cuántos estarían detenidos?  El pueblo se volcó al Hospital General de Tijuana, los médicos, de base y los residentes, las enfermeras de pronto se vieron envueltos en una batalla por los pasillos, el cuerpo fue llevado en una camilla, su rostro estaba destrozado, gotas de sangre caían por el trayecto.
Los políticos vistiendo sus trajes, sacaban credenciales con sellos gubernamentales, y hacían ostentación de todo el poder posible para acercarse al quirófano, donde la doctora Patricia Aubanel hacía infructuosos esfuerzos por salvar al todavía candidato presidencial. A las 18:55 de ese mismo día, la doctora declaró muerto al candidato presidencial. Desde que Colosio llegó al hospital, sobre la escalera de acceso peatonal, el pueblo llano improvisó un altar, cientos de veladoras, cruces, imágenes de la Virgen de Guadalupe y del candidato se colocaron con ferviente adoración, los padres nuestros y los rosarios se multiplicaban, para el pueblo Colosio se convirtió en santo. La noticia corrió como reguero de pólvora, pues la doctora enfrentó a las cámaras y en vivo se transmitió a la profesional leyendo un breve texto, en el cual dio a conocer la hora y causa de muerte de quien en vida llevó el nombre de Luís Donaldo Colosio Murrieta.   
En corto, algunos políticos interrogaban a los restantes médicos que salían del quirófano: “¿Dígame la verdad, se podía salvar?”, ¿Cree que se hizo medicamente lo correcto? La respuesta fue inequívoca, nada había que hacer, llegó con muerte cerebral, y sus funciones vitales estaban gravemente comprometidas. Como a la una de la mañana salió el cuerpo de Luís Donaldo, lo subieron a una carroza rumbo al aeropuerto, que fue guiada por el servicial Othón Cortez, que después estaría año y medio injustamente en prisión.
Para la primera hora del 24 de marzo todos los mexicanos, todos los bajacalifornianos y en particular todos los posibles testigos del magnicidio, habían visto al menos veinte veces el vídeo que se transmitía por televisión una y otra vez. Todos consideraban que aquello era un complot, y todo mundo quería venganza.
Para el 23 de marzo Colosio parecía haber sorteado todos los problemas convencionales a la designación presidencial, apenas el día anterior Manuel Camacho Solís se comunicó para apoyar su candidatura, nada enturbiaba el sendero de su camino a Los Pinos. Muy próximo a él estaba el General Brigadier Domiro García Reyes, con quien tenía una gran amistad y era su hombre de confianza, durante el atentado, el pobre general quedó rebasado por su edad y enfermedad, padecía gota y caminaba penosamente entre la multitud, la “vox populi” le impuso el sobrenombre de “Nomiro” por aquello de que no vio nada de nada.
Quién estuvo muy próximo al candidato en todo momento fue Othón Cortez, contratado como chófer y ayudante del candidato, quien puntualmente lo recogió en el aeropuerto y lo llevó a su cita a Lomas Taurinas, Colosio le puso el sobrenombre de “Oaxaquita”. Othón estaba feliz, era la cúspide de su carrera de cargachamarras, así que se pegó al candidato como una lapa, dispuesto a servirlo y hacerse presente, se imaginaba con un puestazo entre las avanzadas presidenciales, la caprichosa fortuna por fin le correspondería por sus innumerables esfuerzos.
Eran las 17 horas con 12 minutos, cuando de la nada surgió una mano portando un arma de fuego que se colocó sobre la cien del candidato, dice Othón que escuchó apenas “dos cohetitos, cuaz, cuaz”  y al voltear vio en el suelo, ensangrentado, al candidato presidencial, la mirada vidriosa.
Todo mundo estaba sorprendido, en el lugar fue apresado Mario Aburto, quien nunca negó su autoría criminal, después se encontraron en su domicilio un cuaderno donde imaginaba como un mártir que acabaría con el corrupto PRI. Aburto cuyo apellido fue utilizado para asustar y ofender: “¿Qué aburto se robó a mi gato?” “¡Eres un aburto!”, se comportó como si hubiera realizado un acto patriótico y no un asesinato a sangre fría. Aburto llegó anónimamente, traía su arma con él, una Taurus 38, se confundió con los priistas que celebraban a su candidato, se aproximó, desenfundó y disparó, una y dos veces. Eran las 17:12 horas y se escuchaban, a todo pulmón, los aires de “La Culebra”, faltaban menos de cuatro meses para la elección.
El primer fiscal especial del caso Colosio, Miguel Montes, inició declarando que el asesinato era fruto de una “acción concertada”, el vídeo se transformó en una danza donde todos los que en él aparecían eran colaboradores del asesinato, unos bloquearon a Domiro, otro se tiró un clavado al suelo para detener el paso del candidato, otro le abrió el paso a Mario Aburto, otro distrajo al candidato, todos bailaban una danza mortal cuidadosamente orquestada donde cada segundo implicaba un paso calculado milimétricamente y que en conjunto, eran la prueba plena de una conjura de altos vuelos, escenificada a la perfección.
Este baile digno de una película de Roman Polansky, terminó por caer en el descrédito, los fiscales lo siguieron paso a paso y se encontraron razones ordinarias, el primer fiscal se convenció que la acción concertada nunca existió, concluyó que Mario Aburto era un asesino solitario. De inmediato se nombró a Olga Islas, que se concentró en la causa penal contra Mario Aburto y nada más, pero en las calles el griterío continuaba exigiendo justicia, exigiendo que cayeran los autores intelectuales del complot contra Colosio, así que el procurador papanatas --que no panistas-- Antonio Lozano Gracia nombró fiscal especial al loco peligroso de Pablo Chapa Bezanilla, que interpretando el sentir popular se dio a la tarea de inventar una conjura y detener a los conjurados
En la conjura de Chapa Bezanilla los conjurados resultaron ser puros priistas jodidos, mal alimentados, peor educados, apenas letrados, sin conectas con nadie, los grandes conjurados eran una partida de expósitos sociales, el propio Othón Cortez que terminó diabético y que vive como velador del municipio, Tranquilino Sánchez a quien le inventaron relaciones que nunca tuvo, como la de entrevistarse con Mario Aburto antes del homicidio, según el decir de una supuesta novia de Aburto. Vicente Mayoral murió en 2012 de un coma diabético, murió en la miseria. Tranquilino Sánchez Venegas vive en un despeñadero de Tijuana, en condiciones de absoluta precariedad. Rodolfo Mayoral, hijo de Vicente es un desempleado y un apestado social, en cuanto lo relacionan con Colosio, lo despiden, hasta de las maquiladoras.
Cuando interrogaron a Othón Cortez sobre el preciso complot, bailado al ritmo de La Culebra, solo atinó a decir: "Para el complot se ocupa gente inteligente, no a un pobre diablo como yo, o a los Mayoral".  Othón estuvo año y medio en la cárcel, Tranquilino Sánchez y los Mayoral, padre e hijo, estuvieron un año.
Cuando Chapa Bezanilla renunció y salió huyendo del país por su hábito de sembrar evidencias falsas, todo el castillo de naipes del complot se desplomó. A pesar de todo, la conjura sigue siendo la explicación favorita de los mexicanos, que aún creen en su infinita mayoría que Mario Aburto fue un engranaje insignificante de una conjura perfecta o incluso que este Mario Aburto es el chivo expiatorio de otro verdadero, que oportunamente fue asesinado poco después del asesinato de Colosio.
La justificación para planear y ejecutar este audaz y exacto complot de decenas de persona, consiste en decir que Luís Donaldo Colosio expresó en un famoso discurso, frases acusatorias muy graves contra Carlos Salinas de Gortari.
En lo personal considero a Luís Donaldo Colosio como a una persona asesinada por en desquiciado mental, la víctima de un psicópata, alguien que nunca debió morir o que fue asesinado sin ninguna lógica. En cuanto al discurso de Colosio lo considero un discurso vulgar de los priistas en campaña, una denuncia intrascendente de lo mismo que todos denuncian. Como político fue disciplinado, dirigente del PRI, Senador electo a dedazo, amigo de Salinas y su favorito, en cuanto al otro sospechoso Ernesto Zedillo hay que decir que este se sacó el premio mayor ya que renunció para unirse a la campaña de Colosio... en busca de una chamba.
A veinte años de la trágica muerte de Colosio, se reviven en México los recuerdos de lo que eramos y de lo que aún somos, un pueblo descreído, desconfiado, dado a la fantasía, que atribuye heroísmos inexistentes, y que transforma a  personajes ordinarios en renegados de excepción. Luís Donaldo Colosio vivió una vida fructífera de político convencional a la manera del PRI, cultivó la amistad del presidente y se supo ganar su amistad, nunca la traicionó y murió por el desvarío de un joven trastornado. En este México sin héroes, lo imaginamos como lo que nunca quiso ser y nunca fue, un adversario del sistema por el que siempre lucho o un adversario de su amigo, maestro, camarada y benefactor, Carlos Salinas de Gortari. No hemos cambiado en nada, estamos en 2015, como lo estábamos en aquella aciaga tarde y noche de 1994, desconcertados, indignados y como siempre imaginando, fantaseando, soñando.

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