A Samuel
Ramos debemos el primer texto específico sobre el carácter del mexicano, que adicionado al pensamiento nacionalista de Vasconcelos, formaron los cimientos sobre los cuales Octavio Paz edificó una obra imperecedera: “El laberinto de la soledad”. Pero a diferencia
de Vasconcelos y de Ramos, Octavio Paz era en la época en que publicó su libro, no un
pensador, ni un educador, ni un filósofo, ni siquiera un sociólogo, era un
poeta. El éxito extraordinario de este libro, se debe a que como poeta Paz, veía al entorno con una mirada realista, pero su poesía liberaba a la realidad de sus miserias, le ponía alas para que escapara a lo ordinario y eso precisamente fue lo que ocurrió con la visión de nuestro Nobel sobre el mexicano, pues a pesar de que nos juzgó severamente, al mismo tiempo la belleza de su poesía, en prosa, hizo que el libro fuera aceptado y admirado por todos los mexicanos.
“El Laberinto
de la soledad” a pesar de ser la obra de un poeta, fascinó e
inspiró a intelectuales desde su publicación y hasta la fecha lo sigue haciendo. Entre los continuadores de la obra analítica de Paz, están Jorge Castañeda, Roger Bartra, Agustín Basave, Denise Dresser entre otros otros más, pero al igual que Octavio Paz, omitieron caracterizar a un par de tipos mexicanos: El primero de ellos es el “Mexicano político” que nos
guste o no, lo somos todos por acción o por omisión, y el “Político mexicano” quién también fue ignorado no solo por el bardo sino por todos. El Político en México, sin embargo es recordado a diario por el pueblo llano, que lo recuerda con insultos y vilipendios de todo tipo y tamaño, pero a fin de cuentas también lo envidia, por la fortuna que lo envuelve y el Poder que en ciertos casos encarna o dimana.
Dejando de
lado a Paz, a Castañeda y a Dresser ¿Qué podemos decir del “Político mexicano”?
..Lo primero, hablando de su extracción, es que este espécimen proviene de nosotros
los mexicanos, es tan ignorante como lo somos todos, no debemos extrañarnos de que
nuestros políticos no puedan citar a tres libros y a sus autores, puesto que
nosotros tampoco podemos hacerlo, en la casa de nuestros políticos lo que se
lee son las revistas de sociales o de chismes de artistas y frivolidades de la
televisión, pero eso es lo que se lee o se ve en todos los hogares mexicanos.
Nuestros gobernantes carecen, por su incultura, del discernimiento apropiado para seleccionar adecuadamente a sus colaboradores, por ello los gabinetes mexicanos se empantanan con técnicos mediocres y esto solo en el mejor de los casos, porque generalmente es el lugar reservado a los amigos y a los cómplices vulgares.
Dicen que ni la belleza, ni el dinero se pueden ocultar, pero es más
visible la ignorancia, la cerrazón de miras. La pobreza intelectual resplandece en los discursos que escuchamos tanto en la oposición, como en la facción gobernante,
en la minoría política o en la mayoría y
hasta en los discursos pronunciados por nuestros presidentes de la República.
Pero ¿Por qué la mediocridad intelectual de nuestra élite gubernamental no es criticada por nuestros intelectuales? La respuesta es más triste que obvia, simplemente porque nuestra clase intelectual claudicó, lo que sobrevive de ella lo hace alimentándose de lo que le arroja el poder. México navega en un mar de pobreza intelectual porque no exigimos que el político y el intelectual sean excelentes y vayan unidos, porque no existe un público que lea y compre libros, es decir porque no existe un público ilustrado, menos uno intelectual, incluso lo que mas se le parece es nuestro periodismo, que sobrevive vendiendo su independencia y mancillando su integridad. Es lamentable comprobar que el interés que suscitaron intelectuales como Jean Paul Sartre en la juventud francesa, nunca se haya visto en México, pero en cambio creamos especies de pseudo intelectuales o más bien técnicos o asesores especializados, que laboran bajo contrato con las diferentes facciones políticas o con el mismo gobierno.
Nuestra clase
política actúa reclutando a sus militantes en un sistema que erróneamente se le denomina “clientelar”, pero que no lo es, por principio el “cliente” es difícil de convencer y de conservar, es independiente, esquivo e impone sus condiciones, por el contrario, el sistema político mexicano no tiene ningún interés en reclutar a ningún cliente político, pues el sistema no se basa en el convencimiento, sino en la satisfacción de las
necesidades del reclutado, del militante, es decir en la pastura que deben recibir los borregos-militantes, esto es mas sencillo que convencer a un "cliente" basta, para muchos casos, una despensa repleta con "galletas de animalitos", para los mas exigentes puede ser suficiente un paquete de construcción, otros exigen un permiso de taxista o un local en el mercado municipal, otros un permiso
de licorería, y otros nada menos que un puesto en el Consejo de la Judicatura o un sillón en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, otros con una
notaría pública se dan por bien servidos o una diputación plurinominal, una agencia aduanal, una estación
de radio, un permiso de telefonía, un terrenito junto al mar, en fin este es nuestro sistema, donde el convencimiento político se hace lanzando fardos de heno o pacas de dinero a los nuevos adeptos.
Por estas
razones es lógico que nuestros políticos rehúyan al debate ideológico,
simplemente porque no tienen nada que argumentar, porque no tienen nada que
impugnar, porque no tienen nada que debatir. El político como cualquier otro
mexicano, rehúye confrontar sus ideas y cuando esto ocurre se siente ofendido en lo personal. Nuestros políticos no pueden aceptar que otros piensen, lo que desean de sus camaradas es sometimiento, obediencia,
asentimiento y nada menos que eso. Nuestros políticos no descalifican a las ideas -porque no las entienden- descalifican a las personas, en particular si piensan; Por ello nuestro sistema
garantiza que el político que actúa en conciencia, que sea justo consigo mismo y
hasta con sus adversarios, que sea un político ilustrado, cultivado en los libros y que no repita estribillos, no prospere, que se encuentre en el vacío total, en la nada, pero eso no solo es deseado por nuestros políticos, sino también es lo que desea el pueblo, que le avienten mendrugos, monedas, chambas, lo que sea que suene.
En el mundo y a lo largo de la Historia los profesionales del Poder, es decir los políticos, han tenido ideas claras de lo que pretenden, algunos han buscado cambios revolucionarios y otros simples reformas necesarias a su sociedad, pero todos han sabido perfectamente por qué participan en la política. En el caso de México nuestros políticos ni pretenden cambios revolucionarios, ni se plantean programas reformistas de la sociedad, es falso suponer que busquen el "Bien común", pero si saben lo que quieren: lo único que cada uno de nuestros políticos ansía con toda su alma -suponiendo que la tengan- es su "Bienestar personal" es decir, su acomodo en el reparto del botín, ya sea siendo electos o designados directamente a un cargo de "elección popular amarrado" o enchufado a una buena "chamba", por ello no tienen inconveniente alguno en "saltar" de Secretario de Salud a Secretario de Educación, de diputado a cónsul de cualquier pueblo en California, a fin de cuentas todo el gobierno es botín y premio y cada puesto, cada función pública es un redondo y sabroso "hueso"; Bien dice la más añosa sabiduría política, hoy por hoy plenamente vigente: "Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error" .
Cuando
nuestros jóvenes, descubren que los políticos son tan exitosos cuanto más degradados lo sean, primero se asombran, pero pronto comprenden que si desean hacer "carrera política" estarán obligados a seguir los pasos y malos ejemplos de nuestros cortesanos-políticos, pues solo obedeciendo, acatando consignas, alimentándose de los despojos que les arrojen sus amos mostrándose siempre felices, solo entonces podrán hacer "carreras brillantes" y escalar hasta la cumbre, coronada no por heladas nieves, sino por apetitosas diputaciones, regidurías,
gubernaturas, comisiones, secretarías de estado y hasta la presidencia de la república se encuentra en el menú, al precio de vivir intensamente, abyectamente, en el rastrerismo más absoluto, simulando una vida recta y de dignidad.
A la postre, la resplandeciente ruindad de nuestra política como carrera hacia el bienestar personal, apoyada en la pandilla, siguiendo el modelo del cortesano, se convierte en una carrera hacia el infierno, pues nos empobrece a todos, condenando a México a la condición de nación
de cuarta categoría, con un sistema educativo lastimero, con un sistema de
justicia abominable y con un sistema político que debiera abochornar a cualquier persona que se precie de asumir una vida y conducta fundada en los mejores valores humanos.
Es cierto que
todos los pueblos del mundo, aun los más desarrollados han sufrido clases
gobernantes que los han hundido en la desgracia, es cierto que potencias
mundiales como Alemania, Japón, China o Rusia, han vivido en desgracia y ningún pueblo puede
estar exento de ella, pero sí la padecen es por algún infortunio pero no porque
la merezcan, pues al cabo de un tiempo desaparecen las desgracias y el pueblo se fortalece. En nuestro caso, al tener y
tolerar al tipo político que tenemos, que nos gobierna o al que se apresta a
substituirlo, siendo idéntico el uno al otro, debemos concluir que nuestras desgracias las
tenemos bien merecidas. Que nada es de gratis, que no es un designio que se
impone desde afuera, que no es un capricho impuesto por un espíritu chocarrero, sino que somos nosotros, quienes desde lo más profundo de nuestro
ser esculpimos al político mexicano a nuestra imagen y semejanza.
Por Antonio
Limón López