Diego Fernández de Cevallos, el exitoso litigante de asuntos de
fábula ganados en las trastiendas del poder, por supuesto que siempre a
costillas del erario nacional y quien, por increíble que se escuche alguna vez
fue el ejemplo vivo del panista, del jurista y del idealista, eso ocurrió
cuando fue representante del PAN en la elección de 1988 (de aquello ahora hacen
ya 21 años) abandonó el discreto sitial político a que lo redujo la otra
calamidad nacional, Andrés Manuel López Obrador, quien lo hizo su rehen desde
el 2000.
El ex senador. ex diputado, ex candidato presidencial del PAN, hoy
feliz recién desposado y fulgurante estrella del jet-set internacional, se dio
tiempo para, entre bocanada y bocanada de su excelso, pero imaginario habano
(se lo prohibieron, dice), pronunciar frases que seguramente se inscribirán con
letras de oro en el frontispicio del cinismo y la infamia: “Partido que se
divide es partido que pierde” y "En principio no son deseables las
designaciones que provienen de los comités centrales, pero si las
circunstancias nos llevan a ver que en esas competencias hay agravios y
confrontaciones que rebasen las buenas formas políticas es necesario que los
partidos tomen decisiones de ese tipo", las pronunció con desparpajo el 25 de febrero pasado del 2009, según anuncia Milenio.
Como hombre previsor y dotado de una gran visión del futuro,
seguramente calculó desde el momento en que pronunció ese par de frases, que en
los restantes tres años no le bastaría ya su camioneta, sino que necesitará al
menos un camión de volteo de cinco toneladas para transportar el oro en que se
convertirán ese par de sesudas reflexiones.
Simplemente porque es falso que las “buenas formas de la política”
esten en riesgo, a menos que se quiera impedir la discusión, el debate o
confrontar ideas y meritos políticos personales, al contrario en la
discrepancia y en el debate subyace la esencia de la democracia y “las buenas
formas de la política”, pero para ello hay que tener la hombría para disentir y
acordar en igualdad y no en el plan anti-igualitario, antidemocrático,
incivilizado y lacayuno de las designaciones, que encierran un absoluto
desprecio a la dignidad de la persona humana, pues al no ser el mérito
político, público y democrático el que decida quien es el candidato, entonces
lo que queda es la valoración de las personas no en si mismas, porque esto es
una tarea imposible para nosotros los mortales, pero sí en la valuación de los
factores externos de “valor” como pueden ser la simpatía, las amistades, el
dinero y al final lo principal, la dispendiosa generosidad para pagar favores,
en suma los beneficios que puede repartir el designado a cambio de un favorcito
de este tamaño, como el de hacerlo candidato por un distrito seguro, amarrado,
sin sobresaltos y donde hasta un imbécil puede ganar, claro eso vale y no es
cosa de idealistas ni de congruentes, sino de personas que sepan corresponder.
Pero lo que de plano sorprende es que Diego Fernández afirme que
“el partido dividido” pierde, deduciendo a contrario sensu que “el partido
unido gana”, pues cuando él fue candidato a Presidente de la República en 1994,
el PAN estaba perfectamente unido, era una pieza, estaba en la cima de la
cuesta de la ola y para colmo, en el debate entre los tres candidatos
principales, barrió con Ernesto Zedillo y con Cuauhtémoc Cárdenas y salió como
líder del partido mas unido, mejor organizado y con el candidato mas limpio e
inobjetable, las encuestas lo colocaron cuando menos diez puntos arriba de su mas
cercano contrincante y sin embargo, perdió y con él perdimos todos, pues
entonces intervino ese sucio asunto de Punta Diamante que tanto oro le deparó a
Diego y a la vez, tanta deshonra y sospecha.
De nada sirve la “unidad” si es comprada con la moneda de la
corrupción, del silencio, de la renuncia a los ideales, de la defección, de la
traición a lo que uno y su partido representan, eso lo sabe muy bien Diego
Fernández de Cevallos y por su causa, nosotros también, pues como consecuencia
de ese negocio personal de Diego, el PAN fue involuntariamente convertido en
comparsa, en ese año no ganamos ni un solo distrito electoral uninominal,
perdimos la presidencia y Diego fue el primero en gritar la misma noche de la
elección, a voz en cuello, !perdimos! !perdimos! !ganó Zedillo! !vivan las
buenas formas de la política! (bueno, esto no lo gritó, pues entonces no había
negocio en ello)
Ya deberíamos saber que lo que hace al triunfo no es la unidad de
los sordos, ciegos y mudos, sino el impulso que da la limpieza, la rectitud, la
congruencia y la transparencia democrática.
Por Antonio Limón López