En México conocemos más a nuestra Historia como eterno retroceso que como eterno retorno. Pasan los años y los siglos para que después de algunos pequeños
pasos progresivos, demos enormes pasos de cangrejo y quedar
peor que al principio. Vienen nuevas leyes que prometen ser la panacea, nuevos
líderes del cambio, nuevas esperanzas para que al poco tiempo todo sea lanzado
por la borda y vuelva nuestra triste realidad.
Las razones de ello parecen misterios insondables,
designios malignos, maldiciones bíblicas, pero en realidad la causa real es un
profundo defecto nacional, un defecto en nuestra personalidad como mexicanos, que nos
impide discernir entre lo irrelevante y lo relevante, poner el énfasis en lo
importante y no en lo superfluo. Es un sencillo y claro defecto heredado de
nuestros abuelos europeos y americanos, que no sería grave, pero que lo es por
la magnitud en que ahonda y empobrece nuestro carácter.
Pero antes de señalar nuestro mayor defecto nacional, necesitamos saber qué tipo de persona es el mexicano, algo complicado porque existen
cientos de clasificaciones ajenas a nuestro propósito, pero para ahorrar tiempo y tinta, iremos a la que nos interesa: La que nos clasifica según nuestro interés principal: La que divide a la humanidad entre personas a las que les interesan
las cosas, aquellas a las que les interesan las personas y por último, las personas a las
que les interesan las ideas.
Existen personas y usted debe conocer una buena
cantidad de ellas, a las que solo les interesan las cosas, que siempre su tema
de conversación son los autos, los viajes, las casas, la ropa, el dinero, los
lujos, las marcas de las cosas, las calidades, los celulares. Existen otras personas para las
cuales su tema de conversación siempre gira en torno a otras personas, personas a las que
conocen, a las que admiran, a las que envidian, personas que
quisieran ser por sus atributos nobiliarios, por sus familias, por su relación con otras
personas, por su fama, por su belleza, por su poder, por su dinero; y finalmente existen las personas a las que les interesan las ideas.
Por desgracia a los mexicanos no nos interesan
las ideas, ni las personas de ideas, ni las cosas que contienen ideas .. como los libros. Simplemente ignoramos a quienes regularmente hablan de símbolos o conceptos abstractos sobre el hombre, la vida, la sociedad, el cosmos, y cuando estamos obligados a tratarlas,
nos irritan, nos parecen presuntuosas, petulantes, insoportables, en cambio toleramos o nos
identificamos con aquellos que viven obsesionados con las cosas o con las
personas. El mexicano históricamente ha tenido una mayor inclinación por las personas, pero ese
gusto ha cambiado, a lo largo de dos siglos, ahora somos adictos a las cosas.
En México nuestra devoción por las cosas ha creado un cierto tipo de materialismo, que nos hace convertir hasta las ideas en objetos, en mercadería, por ejemplo, transformamos las leyes en cosas pensando que van a funcionar automaticamente, como si fueran aparatos electrónicos, creímos que las "reformas estructurales" funcionarían solitas como mecanismos, incluso "cosificamos" la verdad que libera, para transformarla en "información" que esclaviza, la cual tiene precio en el mercado. Ni hablar de la justicia que es otro "cachivache" a la venta de quien pueda pagarla, y lo mismo ocurre con la política mexicana que siempre ha sido un simple botín, es decir otra cosa más para enriquecer pillos. Hasta nuestros "intelectuales" viven de "modelar, diseñar y acomodar" sus ideas al gusto de la clientela, algo que recuerda a Groucho Marx cuando dijo "Estas son mis ideas, pero si no le gustan, tengo otras."
En México nuestra devoción por las cosas ha creado un cierto tipo de materialismo, que nos hace convertir hasta las ideas en objetos, en mercadería, por ejemplo, transformamos las leyes en cosas pensando que van a funcionar automaticamente, como si fueran aparatos electrónicos, creímos que las "reformas estructurales" funcionarían solitas como mecanismos, incluso "cosificamos" la verdad que libera, para transformarla en "información" que esclaviza, la cual tiene precio en el mercado. Ni hablar de la justicia que es otro "cachivache" a la venta de quien pueda pagarla, y lo mismo ocurre con la política mexicana que siempre ha sido un simple botín, es decir otra cosa más para enriquecer pillos. Hasta nuestros "intelectuales" viven de "modelar, diseñar y acomodar" sus ideas al gusto de la clientela, algo que recuerda a Groucho Marx cuando dijo "Estas son mis ideas, pero si no le gustan, tengo otras."
De nada sirve esforzarnos si no tenemos una
clara idea de lo que queremos, pues sin pasión por la verdad y por las ideas no podemos distinguir el verdadero valor de las cosas, ni apreciar dignamente a las personas. Por esta deficiencia personal del mexicano, es que cualquier nos engaña con "espejitos", y por eso seguimos cual corderos a cualquier babeante
imbécil que nos suena el cencerro. En estas condiciones los mexicanos estamos condenados a vivir cíclicamente nuestra
historia kafkiana de derrotas, fracasos, desilusiones y engaños. De principios trágicos y tristes finales que se repiten eternamente. ¿Qué hacer? la respuesta es sencilla, abrir los ojos, y elegir el tipo de persona que nunca antes hemos sido.
Por Antonio Limón López