Hasta hoy, México ha sido
invisible para la política norteamericana, pero no para evitar que las administraciones repúblicanas y demócratas construyan el muro doble que ya existe. Para México, Estados Unidos es en cambio, el termómetro con el
cual se mide nuestro gobierno, es la pauta sobre la que se escribe nuestra
política y economía, y es la luz que nos guía al final del túnel.
Es una relación extraña, no
distante sino cercana, donde lo que México busca es estabilidad aunque sea en
la pobreza, y lo que Estados Unidos quiere es un dique que contenga todo lo que
provenga del Sur. A pesar de todo, no ha sido una mala posición para México,
porque cuando fuimos protagonistas de la política norteamericana, durante el Siglo
XIX, perdimos la mitad de nuestro territorio, y después avasallados y sometidos
quedamos a sus expensas.
Por fortuna Estados Unidos
cambió, cambió su pueblo, y con ello nos beneficiamos, al menos una parte
importante de México se vació en Estados Unidos, con lo cual ganamos en muchos
aspectos, en primera porque la emigración mexicana no fue una diáspora, una
expulsión, sino un viaje cíclico de idas y vueltas. Los que regresan a México lo
hacen como expertos en muchas técnicas modernas, invierten en este su país y se
han ilustrado sobre otros modos posibles de vida, de cultura y de gobierno.
Con el tiempo nuestras
relaciones pasaron de la confrontación al frío cálculo, y ahora mexicanos y
norteamericanos vivimos en una progresiva integración humana, social y cultural,
que penosamente no había fructifica políticamente en nada. Hasta que llegó Donald Trump.
El seguro candidato republicano llegó a la lisa electoral tirando la puerta, desenfrenado, colocando a los mexicanos como los
grandes enemigos de Estados Unidos, ya que eso es algo productivo en cualquier parte
del mundo en que conviven dos entidades nacionales. Despierta a todos y activa
las fuerzas nacionalistas interiores, al chauvinismo oculto bajo el rostro de
la tolerancia, expone complejos e irritaciones ocultas o incluso imaginarias.
Nada hay como un enemigo exterior, … con el que se convive a diario.
Gracias a Trump México está en
el centro del debate electoral norteamericano, es un gran paso en la dirección
correcta, y aunque los mexicanos hemos reaccionado tontamente, a lo bruto,
encabezados por los expresidentes papanatas Vicente Fox y Felipe Calderón, por el
aturdido periodista Jorge Ramos, el babeante PRD, y por desgracia algunos miles
de mexicanos exaltados y poco reflexivos, que se lanzaron a las calles contra
Trump, enarbolando el lábaro patrio y haciendo desmanes, es de esperar que
conforme pase el tiempo, la estrategia cambie, nos iluminemos y aprovechemos la
inercia de Donald Trump.
Los mexicanos debemos dejar en
claro que no somos anti norteamericanos, por más que exista entre nosotros una
minoría trasnochada de enemigos del “imperialismo yanqui”, que al contrario
somos sus aliados, que miles de mexicanos han luchado en el ejército
norteamericano, que millones viven y trabajan honestamente en Estados Unidos, integrándose
a la vida como norteamericanos. Que se puede ser norteamericano aunque su
apellido sea Cruz o Rubio, aunque hable español, aunque le guste el guacamole,
aunque adore las playas soleadas de México, aunque prefiera el soccer al beisbol. Que se puede ser
norteamericano y mexicano de la misma manera en que se puede ser norteamericano
e inglés, sin problemas, sin contradicciones y sin enemistades.
Estos eventos, deben enseñarnos que los
mexicanos tenemos que educarnos como demócratas para vivir y ejercer la Democracia, para que no seamos “perros del
mal” de políticos oportunistas que se aprovechan de que los norteamericanos de
ascendencia mexicana no votan, que ni siquiera se inscriben para votar, porque
esa no es su cultura. Por eso Donald Trump puede ofenderlos, porque sabe que no
votan, o que lo hacen sin orgullo y sin perspectiva.
Donald Trump ha abierto la puerta,
dejamos de estar ocultos bajo el tapete de entrada y fuimos llevados a
empujones al “living room” por el virtual candidato norteamericano, no podemos
quedarnos callados en este momento pues sería una descortesía con nuestros anfitriones,
pero tampoco debemos actuar a lo salvaje.
No nos queda otra opción,
tenemos que dar pasos adelante, al ser exigidos por la política norteamericana,
debemos exigirle a esta un trato de verdadero socio y aliado. México no es
China, nosotros no tenemos un acuerdo comercial de “nación más favorecida”,
sino de socio igualitario. México no le representa a la política exterior
norteamericana lo que le cuesta la OTAN, ni Arabia Saudita, ni Israel, ni
Egipto.
Es momento para que organicemos
la relación formal entre el México de adentro y el México de afuera, con valentía y con seriedad, es el momento
de iniciar una agenda política en Estados Unidos, no solo con el gobierno sino con la población mexicana,
como lo hacen todas las naciones del mundo. Por cierto, esto tiene un costo
para nosotros, consistente en dejar de ser gobernados por la élite de políticos
corruptos e ineptos, debemos deshacernos de este sistema que premia a los peores y a los arrastrados que añoran seguir bajo el tapete ocultando sus pillerías
y su indignidad. Algo tenemos también que hacer para nuestra propia conveniencia e imagen internacional.
Por Antonio Limón López