Bienvenido. Eres el visitante No.

CARTA AL PAPA FRANCISCO

FRANCISCO.
Santo Padre.
Es usted bienvenido a México,
donde el pueblo sencillo y 
creyente lo espera con gran
Fe y esperanza.
En esta ocasión su visita, como ocurre en todo el mundo, ocasiona controversias y disensos entre la burguesía ilustrada, que no son nuevos para la Iglesia, pues como lo expresó Jesucristo: “¿Piensan que he venido para dar paz en la tierra? Les digo que no”. Y sin embargo, de la misma manera que siempre, su mensaje para todos, y en este caso especialmente para nosotros los mexicanos, es de amor y reconciliación.
En esta ocasión, los mexicanos inmersos como estamos en nuestros males añejos, que son la simulación, la corrupción y la violencia, percibimos que su visita es para traernos un mensaje de esperanza. 
Es precisamente por lo que como católico y ciudadano esperanzado en que la Iglesia asuma el papel de Maestra en el plano secular, le solicito a usted y a la Curia que tomando en cuenta que la función que cumplió el Celibato ya no subsiste, por lo cual ahora es innecesario, sea excluido como parte de las obligaciones sacerdotales.
Lo primeo que debo expresar para sustentar mi argumento es que en este siglo, como en ninguno otro, la cultura occidental, acaso sin pretenderlo, se ha impuesto alrededor del mundo, los signos de su economía, de su forma de organización política, de sus recursos tecnológicos, y de su actual visión secular del mundo son el común denominador desde un polo al otro. 
Sin embargo la cultura occidental ha sido sometida a una cruenta cirugía mayor, le han extirpado su corazón y su médula espinal, lo que fue el motor y la razón de su nacimiento y formación: el Cristianismo. 
Esta poderosa cultura, desprovista de la guía del cristianismo es una maquinaria de opresión y de sufrimiento, que está ocasionando en el mundo el mismo impacto que causó la cultura occidental ilustrada, que también fue hija del cristianismo, y que también sufrió su extirpación y libremente se dedicó a la explotación sistemática de los seres humanos que fueron convertidos en mercancía, en esclavos. Hoy, como en el Siglo de la Luces, la humanidad se reduce a su condición de objeto, de animal, de simple organismo, de máquina animada, y así, se ha entronizado al Mercado como el único Amo y Señor, como al cruel Dios de la modernidad.
Los católicos somos los principales responsables de que esto haya ocurrido, de lo que está ocurriendo y de lo que ocurrirá si no somos capaces de asumir una posición moderna y a la vez congruente con el Evangelio. Por desgracia nuestra Iglesia vive alejada de las exigencias sociales de su grey, desconcertada ante el fin y el nacimiento de una nueva edad, atribulada por los pecados y debilidades de su sacerdocio y de su feligresía. El Siglo XXI es una réplica del Siglo XV en que surgió la Edad Moderna y concluyó la Edad Media, en ese siglo la Iglesia se convulsionó ante las exigencias de la burguesía en expansión, que como ahora era la actora de la Historia y el pueblo creyente, que como ahora la sufría.
En el Siglo XXI el ensoberbecido Capitalismo se encuentra en el pinaculo de su existencia, no tiene enemigo al frente, ni existen estados que propongan contra él una alternativa, por lo que el capital, el materialismo y el liberalismo se han fundido en una nueva doctrina de expolio y de crueldad, cuyos frutos no solo son la explotación económica ilimitada de miles de millones de personas en la pobreza, sin educación y sin esperanza, sino que además producen frutos amargos como el racismo, la xenofobia, la discriminación, el egoísmo y el desprecio vil a los desafortunados.
La Iglesia tiene la misión de enfrentar a esta doctrina contraria al mensaje de Cristo, y es la única que puede hacerlo por su sabiduría, por su experiencia social y por su divina inspiración, pero para ello debemos, modernizarnos. En este sentido es impostergable el fin del Celibato, la Iglesia necesita que sus vocaciones no sean limitadas por la imposibilidad de que los sacerdotes puedan tener hijos "como Dios manda", y por ende no puedan unirse en matrimonio.
En su momento el Celibato respondió al sentido ético de la sociedad que lo exigió, o cuando el mundo debía ser recorrido penosamente en borricos y mulas, cuando los sacerdotes no podían llevar a sus familias de esa forma, y fue lo correcto en momentos en que el sacerdote sin familia estaba mejor dispuesto a la tarea de evangelizar en tierras donde eran mal recibidos o perseguidos, o donde los soberanos les exigían desapego al Evangelio y apego a ellos, pero esas condiciones son de un pasado que nada tiene que ver con el momento que vive el mundo ni la Iglesia hoy.
Necesitamos sacerdotes que sean la piedra de estirpes familiares de sacerdotes, con todo lo que ello implica, ya que los factores positivos son mejores y mayores que los negativos. El fin del Celibato crearía en la sociedad moderna, la idea de que el sacerdote comparte los mismos problemas que vive cualquier padre de familia, incrementaría el número de sacerdotes y con ello la presencia de la Iglesia se haría más notoria donde mas se necesita, pero sobre todo, este nuevo sacerdote, padre y ciudadano impulsaría, desde sus convicciones, un papel activo en la vida social y política de la comunidad.
La Iglesia nació como sociedad, como cuerpo de Cristo, si deja de cumplir esta condición, lo cual viene ocurriendo por la cada vez menor cantidad de sacerdotes, y por la necesidad de estos para dedicarse unicamente a la pastoral cristiana abandonado su Paideia inttegral. En estas lamentables condiciones progresivamente la Iglesia pierde sentido en la sociedad materialista, pragmática y utilitaria donde campea la humanidad desacralizada y desvinculada de Dios.
La Iglesia Madre y Maestra es la única esperanza a largo plazo, su banalización, o de plano su reducción a una minoría o a una mayoría silenciosa y estática, harían inútil la muerte de Cristo. Además como bien dijo en Julio de 1993 el Papa Juan Pablo II: "El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo."

Por Antonio Limón López.

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