Las variantes de la simulación en México son infinitas. La
simulación es la más eminente forma de corrupción en este país y no solo participan
de ella los corruptos naturales o predecibles, como los funcionarios públicos y
sus socios los capitanes de la iniciativa privada, sino incluso sus víctimas
más propicias. Esto viene a cuento
porque hace días en el programa de Leo Zuckermann se planteó el tema del
“populismo” de sus peligros, de sus formas y variantes, de sus gestores y de sus
beneficiarios.
Tanto el anfitrión como sus invitados coincidieron en que el
populismo es una realidad en México, que es un peligro y que es un instrumento
al alcance de cualquiera, incluso al alcance de nuestro gobierno. Los
coloquiantes compararon “nuestro” populismo con el de otros países, dando por
sentado que México es igual al resto del mundo y por ello es susceptible de su
propio populismo. Sin embargo, todo ese diagnóstico es erróneo, más falso que
un billete de tres pesos.
Por principio México es diferente al resto del mundo, practicamos
la simulación como ningún otro pueblo del mundo, y entre nosotros no existe el
populismo. Siento contradecir a tantas personas doctas pero es falso que México
padezca alguna forma de populismo. En primer lugar el populismo tiene una motivación
ideológica, quienes lo practican y quienes lo padecen deben coincidir en algunas
ideas fundamentales, pues los populismos necesitan una justificación que unifique
a los populistas, necesitan una causa que sea popular. No puede existir el
populismo sin compartir un mito, una creencia, una idea o un propósito y si este
es de interés nacional, pues mejor.
Los populistas necesitan algo como defender
al país, salvar su riqueza natural, histórica o cultural. Los populistas visten
el uniforme de revolucionarios, de salvadores o salvaguardas de la nación y no el de Santa Claus, simulan
o creen enfrentar un mal de grandes proporciones, una amenaza externa y por
ello, arguyen que es hasta necesario suspender la operación de las
instituciones democráticas y del sistema legal. Quien logra eso es un populista,
quien vive en un estado donde esa es la creencia, vive en un populismo.
Y como cualquiera sabe, nada de eso existe en México, en primer
lugar porque tratándose de ideas o de argumentos el mexicano es impermeable a ellas y no quiere debatir, no quiere discurrir, vive simulando pensar y decir pero en realidad es una máscara hermética, que solo gesticula y aparenta, ni siquiera el tema del
petróleo durante la reforma al 27 constitucional llegó al punto de crear un “populismo”, pues no existieron otros
argumentos que los adjetivos, las acusaciones de traición a la patria, las imposiciones y eso, que me disculpen, no es
populismo, eso fue un pleito de comadres.
En México no existe populismo, existe algo muy distinto, existe el
“Parasitismo” y el dispendio del patrimonio nacional. En nuestro suelo medran amplios conjuntos de parásitos que permutan
su voto, su silencio y su cooperación a cambio de cualquier bien tangible, sea
este una despensa, un rollo de papel para techo o “apoyos” de todo tipo y esto no
solo es el clamor de los “pobres”, sino que también de los grandes favorecidos por
la diosa fortuna, como los grandes concesionarios de la televisión y de la
telefonía, o los afortunados contratistas de obras públicas que ganan las
mejores licitaciones, o incluso los ministros de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, los jueces de Distrito, los magistrados, diputados, senadores,
gobernadores, munícipes, policías, permisionarios, sindicalistas, educadores, intelectuales,
periodistas, busca chambas y taqueros. Todos extienden su mano pidiendo y eso
no es populismo sino parasitismo.
El populismo no es el gran mal de México, de hecho ni existe, lo
que existe en su lugar es la parasitocracia, que inunda las oficinas públicas con
parásitos de un lado y del otro del escritorio, que atesta a los “partidos
políticos”, a los cuerpos colegiados, que plaga las páginas de los diarios
nacionales, a los horarios estelares de los programas noticiosos y de comentarios, eso es lo que agravia
a México, los parásitos.
La fauna de los parásitos es amplia, los hay pobres que se contentan
con paquetes de galletas de animalitos, ricos, millonarios y multimillonarios
que venden casas de lujo a precios de ganga a cambio de favores inconfesables, otros
son iletrados y otros son egresados de Harvard, todos son distintos en cultura,
economía, apariencia, creencias y recursos, pero todos son igualmente parásitos.
El populista cree en algo y lucha por ello, el parásito carece de
creencias, solo sabe negociar, para ello simula o expone un estado de necesidad
queriendo que se materialice alguna ayuda, así sea algo tan nimio como una
despensa alimenticia, una tarjeta con algo de dinero, o una canonjía, una
plaza, un juego de placas de taxi, un favor, un contrato, una chamba, una
concesión, una candidatura, una silla en la Suprema Corte de Justicia, una notaría pública.
Señores
eso no es populismo, es parasitismo, ratería y simulación, y para eso de aparentar, pedir privilegios y robar los bienes públicos, los mexicanos estamos
que ni pintados, puesto que fuimos educados y formados en la simulación como estrategia para confundir, robar y parasitar al Erario en la medida de nuestras posibilidades.
Por Antonio Limón López.