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HEROÍNAS OLVIDADAS.


Existe un puñado de mujeres extraordinarias que nadie recuerda y nadie honra, a pesar de la enorme trascendencia de su paso por este mundo, mujeres que cambiaron a la humanidad y que nos abrieron de par en par las puertas a la radiante luz de la ilustración. No me refiero a las que vistieron el brillante yelmo del guerrero como Juana de Arco; ni a las que reinaron para cambiar el curso de la historia como las reinas Isabel de España e Isabel I de Inglaterra, no, no me referiré a estas grandes mujeres, sino a otras que actuaron discreta pero eficazmente, guiadas por su instinto, por su fortaleza y por su valentía personal.
El siglo quinto antes de Cristo fue el “Siglo de Pericles” y la época de oro de Atenas. En estos pocos años coexistieron Sócrates y Platón, además de Anaxágoras y los historiadores Herodoto y Tucídides, los escultores Fidias, Mirón y Policleto, el gran arquitecto Hipódamo de Mileto los grandes escritores Esquilo, Sófocles, Eurípides y el ácido Aristófanes. Tanta grandeza de un pueblo en particular provoca esta pregunta ¿Qué fue lo que ocasionó que todo esto ocurriera, qué existieran tantos hombres extraordinarios y qué se inventaran y recrearan tantas y tan grandes ideas?
La respuesta, es que esto ocurrió gracias a la creación de un "público" que apreciaba las artes y la Filosofía. En esa época como en cualquier otra, el público fue indispensable para estimular la creatividad de artistas y filósofos, incluso de los científicos modernos (hoy en día). En esa centuria los atenienses aplaudieron y recompensaron a sus extraordinarios arquitectos, escultores, filósofos, a sus poetas, educadores, ensayistas y escritores de todos los géneros, y por cierto, sin ese gratificante estímulo la Filosofía no hubiera salido de la ingenuidad en que la dejaron los jonios y Atenas no hubiera pasado de ser un pueblo de rudos y laboriosos guerreros. Para los refinados atenienses escuchar a Sócrates y leer a Platón y a Aristóteles fue parte de sus vidas. En esa época, las familias se esforzaban por enviar a sus hijos a estudiar con los filósofos o con los sofistas, y gracias a esta costumbre los artistas y los filósofos pudieron vivir dignamente del trabajo intelectual.
Ese ambiente no fue producto de la casualidad, fue posible, en parte, gracias a Aspasia de Mileto, la hetaira de Pericles, que utilizó su influencia y poder para dar aprecio y prosperidad a los filósofos y a los artistas de Atenas. Su pardigmático esfuerzo  no fue ignorado, Aspasia fue reconocida y honrada por Platón, Jenofonte y Plutarco y en el siglo XX, la gran escritora inglesa Taylor Caldwell escribió “Gloria y esplendor” la novela donde se narra la vida de esta adelantada.
Atenas fue una breve eclosión de brillantes ideas y talentos, en ella la humanidad se refundó, pero fue derrotada y saqueada por Esparta y después por los romanos, nunca la humanidad ha sufrido otra derrota comparable y por ella debimos pagar el elevado precio de once siglos en la penumbra, hasta que otras “aspasias”, hasta que otras mujeres vinieron a nuestro rescate.
En el siglo XVII los déspotas gobernaron Europa en nombre de un humanismo secular, que los colocaba por encima de cualquier código moral o divino, se justificaban con que “El Hombre es el lobo del hombre” como proclamó Tomas Hobbes, para quien el “Vicario de Dios” en la tierra sería únicamente el rey, quien por ello tiene el deber de controlarnos contra nosotros mismos. Los monarcas absolutos se dieron a la tarea de gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo, dispusieron de sus súbditos como se dispone de los muebles. En ese siglo surgieron  los grandes "filósofos de la naturaleza", a los que ahora llamamos "científicos", sus descubrimientos e ideas cambiaron nuestra visión del universo, ellos fueron Galileo Galilei, Isaac Newton, René Descartes, Gottfried Leibniz, Spinoza, Johannes Kepler, Blaise Pascal, Christian Huygens, Torricelli, Anton van Leeuwenhoek y William Harvey.
En la perspectiva del despotismo absoluto que padecía Europa, los nuevos aportes científicos justificaban la explotación del hombre, a fin de cuentas no era mas que otro animal. Sería necesario reconciliar a la ciencia y a la ilustración con la humanidad, para poner fin a esta inicua explotación, pero para que esto ocurriera era indispensable que el pensamiento pusiera a las nuevas “ciencias” al servicio de la humanidad, y no se convirtieran en instrumento de mayor opresión. Era necesario que las ciencias se convirtieran en doctrinas sociales y políticas para que liberaran y al mismo tiempo protegieran a las personas.
Pero no había nadie interesado en este paso, la burguesía quería conservar sus nuevos privilegios y tomar ventajas de su saber, la nobleza disfrutaba de un poder casi absoluto y si bien en Italia la “Sala” patrocinada por mujeres de la nobleza era una curiosidad, imitada en Francia por los “salones”, no existía ninguna posibilidad de que sus puertas se abrieran al hombre común y corriente. La Marquesa de Rambouillet, fue la propietaria del Salón Azul del Hotel de  Rambouillet, en Paris, donde los nobles acudían libremente a escuchar a escritores y pensadores apenas tolerados como parte de la diversión.
A la Marquesa de Rambouillet le sucedieron las Marquesas de Lambert y la de Deffand con salones donde los invitados eran nobles ilustrados y burgueses adinerados, pero donde ciertos plebeyos tenían una presencia regular. Finalmente llegaron Madame Tencín, Mademoiselle de Lespinasse, Madame Helvetius, Mme Geoffrin y Mme Necker, quienes ya no representaban a la nobleza sino a la intelectualidad burguesa, y que democratizaron totalmente sus salones, dejando que solo existiera la nobleza del talento y del ingenio. Como escribió Chauncey Tinker “El ingenio, el intelecto y la personalidad, más que el nacimiento noble, se convirtieron en la clave para el éxito social”  Esto porque la popularidad del “Salón” trascendió a todo París y al mundo.
Los salones presididos por sus tenaces anfitrionas exigieron que los filósofos se hicieran más ingeniosos y graciosos, Denis Diderot dijo: “Las mujeres nos acostumbran a discutir con encanto y claridad el tema más árido y espinoso. Hablamos con ellas incesantemente, deseamos que ellas escuchen; tenemos miedo de cansarlas o aburrirlas; por lo tanto desarrollamos un método particular para darnos a entender fácilmente y esto pasa de la conversación al estilo”
No todo era gracia en los salones, la gran obra de estas mujeres consistió en que empujaron grandes transformaciones, cambiaron la forma de redactar para volverla más agradable, promovieron a los filósofos que proponían ideas novedosas o revolucionarias y además las anfitrionas no estaban interesadas en las obras ya terminadas, sino en los proyectos de todo tipo con ideas nuevas y atrevidas, así que los creadores, los revolucionarios y los que urdían nuevas sociedades y gobiernos, fluían a los salones en busca de sus iguales, en busca de personas sensibles y que compartieran los mismos afanes, quienes además de compartir con sus iguales, lograban el éxito personal si estaban dotados de genio.
Si en el siglo XVII los salones iniciaron tímidamente entreteniendo y divulgando ideas, descubrimientos e inventos para el goce de los nobles ilustrados, para el siglo XVIII se convirtieron en academias para moldear a la sociedad. Las ideas expuestas y discutidas en los salones por Claude-Adrien Helvétius, Voltaire, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau, Denis Diderot, Jean d’Alembert, conde de Volney, Destutt de Tracy, y Pierre-Georges Cabanis, e incluso con la presencia regular de David Hume, Walpole, Gibbon, Sterne, Priestley, y de los norteamericanos Benjamín Franklin y Tomás Jefferson, cambiaron a las sociedades mas influyentes del mundo.
En su afán por transformar a la sociedad no solo fueron anfitrionas, sino promotoras activas y agresivas, Marmontel vivió años en la casa de Madame Geoffrin quien gracias a su esfuerzo logró que fuera electo miembro de la Academia Francesa, Mme Tencín logró que Marivaux ingresara en ella, Montesquieu también ingreso pero gracias a Mme Lambert y Jean d’Alembert fue secretario de la academia gracias al esfuerzo de Mme Deffand. En el salón de Madame Geoffrin se concibió la idea de la Enciclopedia y cuando el proyecto naufragaba por falta de recursos para su publicación, la misma Madame Geoffrin proporcionó las 2,000 libras que costó su primera edición.
La Revolución francesa en su afán de extirpar al antiguo régimen, no supo distinguir y desaparecieron los salones y de sus anfitrionas no existe un dato exacto de su destino. Hoy estas mujeres han sido olvidadas, su gracia, su talento y su perseverancia valdrían por si solas para que las recordáramos, pero debemos recordarlas porque también incubaron y contagiaron el germen de la igualdad y de la nobleza del mérito. Llevaron las ideas científicas a un escenario donde se transformaron en ideas sociales y políticas. Fundaron las primeras academias democráticas para todos y no solo para nobles o burgueses adinerados.
No existen monumentos a las anfitrionas de estos salones, no existen columnas que honren su memoria, no existen paredes con sus nombres en letras de oro. No, no existen; pero donde quiera que esté Aspasia de Mileto, las marquesas de Rambouillet, de Lambert y de Deffand, Madame Tencín, Mademoiselle de Lespinasse, Madame Helvetius, Mme Geoffrin y Mme Necker. Gracias!!!
¿A manera de monumento bastará la Revolución francesa...., la carta de los derechos del hombre, bastará decir que el mundo del mañana será mejor porque ustedes lo hicieron posible? ¿Bastaría recordar que como ustedes, son mujeres la república que nunca vieron, la Francia en que nacieron, la libertad, la igualdad y la fraternidad que practicaron sin reservas?

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