Cada año termina con los mejores propósitos, con grandes proyectos,
con esperanzas y compromisos personales, es un ritual que parece una especie de
“13 Baktún” personal, pues todo lo negativo del pasado se redime ante la aurora
de un nuevo volver a empezar, así que en tales momentos ignoramos la memoria de
aquello largos doce meses de insatisfacciones, debilidades, confusiones y actos
dignos del pronto olvido.
Pocos años escapan a este embrujo cíclico, algunos pocos fueron como
el 2000 en que iniciamos el segundo milenio con elecciones democráticas en
México, o como 1992, que amaneció sin la existencia de la Unión Soviética y con
la esperanza de una paz cimentada en el entendimiento de todo el mundo, o 1946 cuando
el mundo despertó sin padecer ya la pesadilla del nazismo. Es cierto que en
ningún caso lo prometido ha sido satisfecho plenamente en los hechos, pero fueron
años en los que las malas inercias se tornaron en cauces positivos y esperanzadores.
En muchos sentidos 2012 fue uno de esos años prometedores de
grandes cambios, no solo debido a las muchas interpretaciones del calendario
maya, sino a precisas interpretaciones de nuestro presente, nuestras
necesidades de cambio y las condiciones ideales para que se consolidaran esos
cambios en este año. La derrota del PRI en las elecciones del 2000 no implicó derrotar al priismo como la forma de hacer política en México, pero el 2006 planteó la
posibilidad real de enviar al infierno al priismo a cambio de una política congruente y de principios, donde el PRD y el PAN lograrían intercambiar sus reclamos y conjugarlos en una agenda común, hasta hacer superflua e inútil la presencia del oportunismo y pragmatismo
amoral característico del PRI.
Sin el lastre del priismo, México podría caminar hacia el estado federal
hasta ahora pospuesto o deformado, hacia la democracia sin máscaras que se
practicaría desde el corazón mismo de nuestra sociedad, e incluso desde los
partidos políticos, seríamos un país conformado por una sociedad meritocrática
donde los talentos y las cualidades se apreciaran con justicia, vinieran de
donde vinieran y donde las buenas razones se escucharían sin fanatismos
sectarios. Para eso 2012 era el plazo justo, suficiente para que el cambio no solo fuera de membretes partidistas sino hacia una real transición democrática, sencilla y verdadera, por lo que las elecciones
del 2012 se antojaban como el escenario perfecto para que surgiera el rompimiento definitivo con el pasado degradante, con el México irracional, obscuro, enfermo, fanático, aterrorizante y naciera el
juego justo y democrático entre adversarios leales a fines superiores y comunes.
Ahora sabemos que todas esas esperanzas fueron vanas, en lugar de
presenciar el declive del partidismo, asistimos a la enajenación partidista,
donde los mexicanos fuimos llevados a los corrales de cada partido para
disponerse de nosotros como si fuéramos reses, se despreció nuestro intelecto y
se nos obligó a balar consignas, los partidos se convirtieron en burocracias sin
democracia, sin igualdad, centralizadas
y tramposas, los liderazgos que nacieron o se consolidaron en estas condiciones,
fueron obtusos, insensibles, demagógicos y los candidatos, todos fueron al
contentillo de las cúpulas burocráticas de los partidos, dejando al militante
la opción para escoger entre el malo impuesto y el otro malo igualmente
impuesto, las elecciones no fueron mejores, todos los candidatos surgieron de
procesos amañados y el fondo ideológico común fue el percudido priismo del pasado.
A contrario de lo esperado
en 2000 y 2006, la realidad en 2012 fue la peor de todas las pesadillas, en
primer lugar el triunfo absoluto del PRI dentro de la sociedad mexicana, dentro
de los partidos de oposición, dentro del PAN y dentro del PRD, candidatos
miserablemente pobres y legisladores electos que son verdaderas reses en el
senado y en la cámara de diputados. En esencia el pragmatismo, la
antidemocracia, el centralismo, el sectarismo, la irracionalidad son los
elementos dominantes en el escenario nacional, que es una gigantesca farsa,
donde las componendas se están haciendo en lo obscurito entre la pandilla del
presidente de la república y los dirigentes de los “partidos” políticos nacionales.
Estamos en medio de un pacto secreto cupular cuyo contenido y cuyas recíprocas contraprestaciones desconocemos, pero al que estamos sometidos sin dar nuestro consentimiento.
Lo que nos espera es la profundización de los males nacionales históricos,
el pandillerismos político, el centralismo, el autoritarismo, el sectarismo
ideológico, la rapiña, la simulación, el gobierno oculto de los líderes de los
partidos políticos, la componenda sucia, la mentira, el ocultamiento de la
verdad, la degradación de todo y de todos, a esto no escapa ningún partido
político, ningún dirigente, ningún medio de comunicación. 2012 fue el año que termina
en el momento triunfante del priismo y es el renacimiento del ciclo priista,
donde sus anti valores se funden con el gobierno, con la “oposición” de todos los colores y con cada uno de nosotros, ya que abominamos de la igualdad,
de la razón, de la inteligencia, de la justicia, de la democracia, del
federalismo aun cuando simulamos y proclamamos esos valores como si fueran
nuestros, cuando en realidad los despreciamos, los repudiamos.
Así que en estos días de fin de año, pasaremos por alto esta realidad y jugaremos a los grandes legisladores y al “pacto” de opereta, pues a final de cuentas a
nadie le importa un cacahuate lo que ocurra y cada cual se aferrará a lo que
pueda por seguir viviendo de esta simulación cíclica y eterna. 2012 Es
otro año más en la cuenta de los años muertos, no termina nada con él, ni
implica el principio de nada nuevo, es solo el punto de retorno a lo mismo de
siempre, para seguir el mismo camino de siempre, honrando a gesticuladores, celebrando farsas y mentiras, es otro año igual entre
otros también iguales, con el mismo pueblo que es o ignorante o apático, con una historia que se repite retorciéndose y anudándose
en nuestro cuello, como la soga de la que colgamos desde 1821.
Por Antonio Limón López.