Si el género humano tuviera que escoger solo diez, de entre todos
los objetos que ha creado, sin duda la mayoría escogeríamos a uno en común: al balón de fútbol. Su forma esférica lo hace fácilmente asimilable a
nuestro gusto, la esfera la encontramos en la naturaleza, nuestro planeta tiene
esa forma, y es seguro que nuestros antepasados pateaban por pura diversión cocos,
guajes, piedras y otros objetos parecidos
a nuestros balones. Ciertamente no se han encontrado –al menos hasta el momento-
pinturas rupestres donde nuestros respetables abuelos homínidos aparecieran
tirando penaltis, cabeceando a una primitiva portería, tampoco en las cuevas de
Altamira ni en las de Baja California se encuentra plasmado un público
extasiado ante una jugada prodigiosa de un Maradona o de un Marco Fabián
cuaternario.
Pero dejando de lado esa remota edad dorada, de los guajes y de
los cocos pasamos por una larga evolución hasta los primero balones modernos,
que eran de grueso cuero de res, cosidos a mano con toscas costuras, eran
bastante pesados y cuando llovía, entonces por el agua que absorbían se multiplicaba
varias veces su peso, pero ni así se desanimaban los jugadores. Pelé, Tostao y Beckenbauer,
patearon balones mucho más pesados y duros que los actuales y sin embargo,
todavía sus juegos -vistos por la magia del “vídeo”- son un cautivante concierto
de ligereza, de alegría, velocidad, de ritmo y de talento.
Por fortuna los balones han cambiado, ahora son obras maestras de
ingeniería, de diseño fascinante, de materiales sintéticos inventados
especialmente para ellos, de colores tan brillantes que despiertan la devoción
de todos los niños y niñas así sean mayores de treinta años, porque el juego y
el balón despiertan los mismos sueños en todas las personas, sin que importe ni
la edad, ni el sexo, ni ninguna de las barreras que todavía nos separan.
Es
increíble pero el balón siendo un simple cuerpo físico, sólido, material, constituido
por una estructura diseñada para soportar grandes presiones, golpes, para
conservar la presión constante de un gas en su interior, con precisas costuras
o sin ellas, es decir siendo una realidad fáctica, un cuerpo prosaicamente
material construido con átomos vulgares y corrientes, sea antes que todo eso, después
que todo eso y en lugar de eso un objeto fantástico, un sueño, un ideal trascendente,
una utopía, un pedazo de Cielo en la Tierra, un algo tan motivador que los
jugadores después del gol ansiado, se sienten transportados ante las puertas
del paraíso y por ello dan gracias a Dios con un fervor y una devoción
imposible de imaginar fuera de esas catedrales del fútbol, que son nuestros patios, la calle de al lado, la sala de nuestra casa, los llanos, los campos, un estacionamiento vacío o lleno, los
estadios .. en realidad, cualquier lugar es bueno.
En los juegos olímpicos del 2012 en Ingalterra, el estadio de Wembley fue el centro del universo del fútbol, ahí se aplicó toda la tecnología que hemos podido crear como especie inteligente, toda ella se aplicó para crear al balón "Albert" con el que se jugó la justa olímpica. El balón no es solo cuestión de tecnología y aplicación de materiales, también es un protagonista en el pragmático mundo de la política: lo que no han podido hacer los grandes discursos, ni las proclamas más encendidas, ha demostrado que todos somos iguales, que toda la humanidad sin importar ningún razgo aparente de diferencia, siente y vibra de la misma manera, que todos pensamos igual y esto porque preferimos jugar, en igualdad de condiciones, con el balón. Sobre el verde campo, con el balón no queremos desigualdades, sino igualdades, no queremos clases, ni abolengos, el balón no distingue entre nosotros.
Cada cuatro años, en un lugar distinto del mundo un árbitro toca la ocarina dando principio al juego inaugural de un Mundial, entonces el balón se transforma de un simple objeto a una realidad mágica, que atrae las miradas con igual pasión en todos los pueblos del mundo, es la competencia escrita en el lenguaje
universal, que enlaza y une a todos en un canto cautivador e
irrepetible, en algo que traspasa cada una de nuestras células y nos
transporta al cielo de la ensoñación.
Por Antonio Limón López