Es perverso y obviamente debemos combatirlo, pero para ello no basta percibir sus hedores sino que debemos saber en qué consiste su mecanismo maligno, y en este sentido el sistema mexicano es magistral simulando lo que no es, pues aparenta a la perfección ser un sistema democrático regido por el voto de los electores, cuando en realidad lo degrada y convierte en ineficaz.
Sí, nuestro penoso sistema electoral no se funda en la democracia, sino en un sucedáneo que es su enemigo mortal, el sistema de cuotas de poder (y de dinero) a cada partido político, al punto que convierte al país en una sociedad por acciones, y los dirigentes de los partido políticos son sus tenedores y su capital social es, sin rubores, el Erario nacional. En este reparto de cuotas o de acciones al portador no existe otro limite que aquel que los mismos partidos se fijen en las leyes de egresos de la federación, de los estados y de los municipios, incluso en los tribunales y en los organismos llamados autónomos en los que también medran.
Esto ocurre mientras nosotros permanecemos sin comprender este mecanismo de saqueo y latrocinio. Por eso los partidos viven una carrera desbocada inventando nuevas fuentes de chambas y de poder para apropiarse de la riqueza nacional. Eso, por ejemplo, fue lo que realmente inspiró la reforma política del Distrito Federal, con la cual crearán cabildos que se inflarán con docenas de regidores reclutados de entre los partidos ganadores y perdedores con sus adeptos cesantes, con sus amigos y con los segundos frentes de los barones de los partidos.
También es la inspiración del Sistema anticorrupción que creará chambas para funcionarios de todos los niveles, los cuales serán seleccionados por los partidos políticos sin otro requisito real que su lealtad y sumisión bellaca.
El sistema mexicano es el de "Cuotas" o "Acciones" (Que en griego se traducen con la voz "Metox") y sus efectos son siempre perversos, pues demerita y desalienta a los políticos verdaderos, que son sustituidos por lacayos que obedecen ciegamente a sus dirigentes, pues lo que importa no es el talento o el mérito político, sino llenar la cuota con lacayos siempre leales. Si duda que sea verdad lo antes escrito, entocnes vea a manera de ejemplo a la Cámara de Diputados donde cientos de parásitos medran con formidables premios en metálico, con la condición de acatar perrunamente las ordenes de sus dirigentes, así sean estas contra el buen nombre de sus progenitoras.
Para lograr su cuota de poder y en consecuencia de dinero, los partidos necesitan proponer candidatos mediatizados y corrompidos que sean incapaces de rebelarse en su contra una vez que formen parte de la cámara, colegio o tribunal. Los partidos cumplen ese requisito reclutando únicamente a individuos acomodaticios, codiciosos y serviles, que una vez investidos como diputados aprueben los presupuestos de egresos donde los partidos ganan por todos lados con dinero para sostener a sus incondicionales y dinero para ellos mismos, además de otros negocios extras como los “moches” y otras pillerías.
El sistema se diseñó y se perfecciona año con año para que los partidos compartan las chambas y los dineros nacionales, y no para competir en buena lid entre ellos, pues en ningún caso el partido que obtiene más votos pueden tener mayoría absoluta, ya que mientras más votos recibe en las casillas menos diputados plurinominales recibe en la cámara, y en consecuencia el mandato del pueblo en las calles se reduce por la trampa de los diputados designados en listas Plurinominales, tambien conocidos como de Representación Proporcional. Con este sistema la cámara se mediatiza e incluso deja de cumplir su finalidad natural de recinto de los debates nacionales, pues estos se escenifican ahora en lo "oscurito".
Los diputados electos por el pueblo (de mayoría) pierden peso ante los de Represetación Proporcional que son designados en las oficinas de los partidos y entonces estos dominan pues son una masa homogenea de lacayos y léperos (Vea la gráfica de cabecera para apreciar cómo se manipula la Cámara de Diputados).
Este esquema tramposo en que se le quita poder en la Cámara de Diputados a los legisladores electos por el pueblo, no solo proporciona un gran poder a las cúpulas de los partidos, sino que les permite reformar las leyes a su gusto, para afinar el mismo sistema de cuotas en su propio beneficio y de paso, cerrar las puertas desde adentro de los partidos a los políticos no alineados a su dirigencia. Así los partidos legislan en sus oficinas las leyes de presupuestos de egresos y de creación de nuevas "instituciones" para aumentar las chambas y con ellas incrementar a su clientela asegurando con dinero, chambas y otros premios su absoluta sumisión.
Esto ocurre en la Cámara de Diputados, pero se repite en cada congreso de los 31 estados y en el Distrito Federal, así como en los cabildos de cada uno de los 2,457 municipios del país y ocurrirá pronto en las actuales 16 delegaciones del Distrito Federal, que a partir de la Reforma Política de la capital tendrán sus propios cabildos y se multiplicarán, para repartir premios a los lacayos más fieles a un costo multimillonario.
Es cierto que por necesidad algún partido debe ganar la presidencia de la república, o la gubernatura de tal o cual estado, o cualquiera de los municipios, pero esa victoria queda en nada cuando entra el reparto para los partidos en los congresos, cabildos, tribunales, y organismos públicos de todo tipo, por ello perder ni es doloroso ni es importante, la derrota no saca a ningún partido del reparto del botín, y las cuotas que le corresponden a cada partido político endulzan cualquier aparente derrota electoral. Las cuotas de poder y de dinero están garantizadas para los partidos políticos y por ahora son la única razón de su existencia, ya que carecen de doctrina, de ideas, o principios de ética política y por último carecen del respeto de la sociedad que al contrario, cada día los desprecia más.
Los partidos convertidos en órganos constitucionales antidemocráticos y de depredación, por el sistema de cuotas son soportados apenas como sucedáneos a la Democracia y al reparto meritorio de la riqueza nacional y el Poder, ya que a final de cuentas nunca nos ha interesado a los mexicanos ninguna de ellas, por lo que ni la ratería constitucional, ni la anti democracia agravian a un pueblo despolitizado, desmoralizado y desatento que deja a los astutos convertir a México en una especie de sociedad mercantil, donde los dueños de los partidos se reparten las acciones, el poder y la riqueza nacional para que entre ellos todo sea fiesta y jolgorio cortesano.
Por Antonio Limón López.