Este 15 de septiembre se
conmemoró el 161 aniversario del Himno nacional mexicano, cuyas estrofas
triunfantes (por haber ganado el concurso) se escucharon en 1853 en
el Teatro Santa Anna. Es sabido que el concurso de la musicalización lo ganó el santannista Francisco
González Bocanegra y el de la letra, Don Jaime Nunó, a la sazón otro santannista.
Desde entonces ese himno se ha “entonado”
en ceremonias oficiales, y con el tiempo ha sido modificado hasta que en 1984, el
nefasto Miguel de la Madrid lo oficializó mediante una ley aprobada por sus
pelagatos, los diputados y senadores mexicanos.
No debemos olvidar que contra este
himno se cantaban en el siglo XIX otros, incluso algunos en tono de mofa, como “La
marcha de los cangrejos” escrito por el ilustre liberal Guillermo Prieto; O “La Paloma” de Vicente Riva Palacio e incluso del mismo autor el “Adiós, Mamá
Carlota”, que es una parodia del bello poema “Adiós, oh patria mía” de
Guillermo Rodríguez Galván.
El caso es que desde 1983 estamos
atados por ley a lo que resta del himno santaannista, para mi gusto un himno ajeno a México, un himno guerrero que se solaza con cañonazos, que convoca a
“exhalar el último aliento”, a dar “¡un laurel para ti de victoria! ¡un
sepulcro para ellos de honor!”. Que contiene un estribillo de película de terror hollywoodense: “..,
al grito de guerra/El acero aprestad y el bridón;/Y retiemble en sus centros la
tierra/Al sonoro rugir del cañón.”
Si claro, ya sé que es el himno que se impuso a los demás no solo en el concurso de 1853, sino a través de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI, pero debo decir que su ánimo belicoso no fue para amilanar a los norteamericanos, sino para amenazar a los mexicanos, pues la bola de pillos que nos han gobernado se han hecho pasar por la patria misma y el himno fue, a falta de mejor ingeniería, su arma de disuasión masiva.
Seamos francos, ese himno nunca representó a los mexicanos pacíficos y honestos, aunque mal alimentados, mal educados, desarmados y sometidos a los tiranuelos ratas que nos siguen robando, y que seguirán haciéndolo al sonoro rugir de ese himno impostor, escrito para nuestra alteza serenisima y utilizado hoy en día por sus imitadores.
Con honestidad creo que ese himno no me representa, y que tampoco
representa a México, nunca nos representó, fue una simulación de Santa Anna maquilada después de su derrota en el Río San Jacinto, debido a sus calenturas, a su estupidez y flojera. hoy en día con
ese himno de guerra se identifican los narcos y sicarios que
andan libres ... matandose felizmente por ahí.
No nos identificamos con ese himno, ni el maestro de
escuela que gana 8 mil pesos mensuales, ni el jubilado que gana 2 mil, ni el
estudiante, ni el profesional, ni siquiera los historiadores decimonónicos que todavía viven sus guerras imaginarias.
Desde aquí protesto contra ese
cántico belicoso que glorifica a un ejército mexicano que no vencería a
cañonazos ni a la hermana república de Barbados, ese ejército cuya “inteligencia” fue
incapaz de preever que el Chapo se fugaría, pero que catea con maestría a los mexicanos pacíficos
y laboriosos, mientras los criminales les pasan por de lado.
No. No me identificó con ese
bodrio sanguinolento y apestoso a pólvora que es nuestro himno. El México que
me rodea es el de gente que madruga por un sueldo miserable, de profesionales
mal pagados y de una elite política de pillos que meten las manos al Erario y se justifican diciendo que solo metieron las
patas.
Es cierto que México destila sangre, pero de víctimas y desaparecidos.
Ya tuvimos suficiente simulación, no somos un pueblo guerrero, no tenemos un ejército victorioso, no queremos
amenazar a nuestros vecinos del Norte, invencibles para nosotros y que nos han
torteado la cara en cada ocasión, ni con nuestros vecinos del Sur, que en caso
de guerra llevarían su frontera del Usumacinta al río Bravo.
No quiero cantar esa infamia, no quiero cantar
ese himno de acero, bronce, polvora, ramas de olivo, sangre y proezas inexistentes, quiero otro himno que cante
con esperanza un México de libres, iguales y prósperos. Quiero un himno que nos convoque a
luchar contra la simulación bicentenaria, contra los partidos de bandoleros, a reconocer lo que realmente somos.
Quiero ese himno que sea congruente con el México que soñamos y que nos merecemos, quiero un himno que así, sí nos represente.
Por Antonio Limón López.
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