En 1566 el hijo mestizo de la Malinche y de Hernán Cortés, junto con otros despreocupados amigos, también hijos de notables y de conquistadores novohispanos, imaginaron una rebelión para conservar privilegios que 45 después de la caída de Tenochtitlán estaban en peligro, esto que no fue otra cosa más que charlas de jóvenes sin oficio ni beneficio conllevó una sangrienta represión y no pocos fueron decapitados y sus cuerpos ultrajados, el mismo Martín Cortés salvó su vida de puro milagro, aunque no escapó a la tortura, irónicamente podría pensarse que este fue el primer caso documentado de la venganza de Moctezuma
La independencia de México terminó siendo la obra de un militar realista y la consecuencia de una España desgastada, desconcertada, orgullosa pero carente de la generosidad y el talento que le hubiera permitido tener un digno papel en América, no obstante nuestra independencia se logró sin una sangría como ya era costumbre; A partir de 1821 el siglo XIX fue una especie de tobogán por el que se deslizó nuestro país sufriendo todo tipo de males -no es este el lugar para relatarlos- pero si es importante para los fines de este libro decir que pese a todo lo malo que ocurrió, los mexicanos siempre tuvimos una actitud optimista para el futuro, siempre y frente a cualquier cosa por mala que fuera, existieron palabras para endulzar los más graves trances, para confortarnos y nunca dejó de existir la esperanza de que incluso los malos momentos pronto pasarían; Del Imperio centralizado de Iturbide nos convertimos en Estados Unidos Mexicanos, y por ende pasamos a lo “Federal”, un importante y optimista grupo de mexicanos pro Estados Unidos imaginaron una alianza entre ambos países, con identidad de propósitos, pero la forma en que nuestros vecinos entendieron nuestra adicción por ellos se materializó en la perdida de más del 50% del territorio con el que iniciamos nuestra existencia independiente.
Después llegó el Imperio de Maximiliano herido por el desdén francés y el ingenuo animo revanchista de los conservadores contra Estados Unidos y su partido en México, pero afortunadamente se impuso el bando pronorteamericano, lo que normalizó nuestra relación con Estados Unidos, que desde entonces es de sumisión plena, pero en el orden de nuestro desarrollo y prosperidad, la república liberal no significó tampoco ningún cambio hacia la Democracia y pero aún, ni hacia la justicia. El siglo XIX concluyó con el apogeo “científico” y liberal, parecía que el gobierno de “Más administración y menos política” de “mano dura con la indiada” y de “mátalos en caliente” de las haciendas y de los ferrocarriles lograría eternizarse, pero de nuevo factores imprevistos vinieron a dar al traste con el optimismo desbordante y la “paz porfiriana” se eclipsó. Estados Unidos (los de América) estaban inconforme con la cierta soberbia e independencia del dictador mexicano, años antes habían calculado mal la importancia del petróleo y no habían sido lo suficientemente claros o exigentes para obligar a México a revocar las concesiones petroleras otorgadas desde el siglo anterior a un astuto grupo de empresarios Ingleses, pero al inicio del siglo XX el consumo del petróleo en la sociedad industrial se catapultó y entonces el Presidente Taft se reunió con Porfirio Díaz y le exigió la revocación de dichas concesiones ¿Que no estaba claro que América era para los americanos? pero el dictador lo ignoró, fue el primero y el último error de su gobierno.
El petróleo y la insatisfacción política de las minorías beneficiadas con el mismo porfirismo y la actitud vacilante de Estados Unidos de América nos llevó a otra larga lucha, donde las ideas expresadas durante ella de poco nos sirven para comprender lo que ocurrió, a final de cuentas todo el siglo tuvo el común denominador de la Democracia como promesa pero a la antidemocracia como única realidad, optimismo desbordante en los planes y conjuras pero desilusionantes finales, y solo en los momentos en que nuestro vecino nos dejó obligado por los tres grandes conflictos mundiales en que intervino durante el siglo –la Guerra Fría y las dos guerras “mundiales”- tuvimos algún respiro, pese a todo y aún en los peores momentos siempre hubo esperanza y hasta optimismo, pues una parte importante de la nación se aisló y llevó una vida casi normal, así ocurrió en las grandes ciudades del altiplano y en el Norte, donde se combatió en las llanuras, en las inmediaciones de las vías férreas o en pequeños poblados, salvo en un par de excepciones así fue.
Finalmente terminó la matanza, llegó la paz y un cierto orden, empezamos a tener acceso a los adelantos tecnológicos de la época y se reabrió la universidad nacional, se construyeron escuelas bajo un modelo de educación nacional, se erigieron hospitales y clínicas, pero sobre todo nuestro poderoso vecino del norte se despreocupó de nosotros, quizás porque la compañía inglesa "El Aguila" perdió sus valiosas concesiones petroleras. Esa libertad nos dio mayor confianza en las relaciones internacionales, los hijos de nuestros gobernantes iban y venían de las universidades norteamericanas y el modelo "norteamericano" que no pudo imponer el liberalismo del siglo XIX se convirtió, por fin, en la realidad incuestionable del siglo XX, hubo momentos de prosperidad desconocidos y esto le dio brío a nuestro optimismo.
El optimismo mexicano del siglo XX, se exaltó con la prosperidad que benefició a la Elite Central del Poder, que a diferencia de otros países donde esta minoría gobernante se formó con los grandes ganaderos, los latifundistas o en general con la oligarquía criolla, el poder en México fue capturado por una parte del movimiento independentista o revolucionario y después se extendió a personas que no fueron más que simples allegadas a ese grupo, cortesanos, sin ninguna participación en aquellos eventos armados, por regla general fueron profesionales que se acomodaron bajo la bandera de la tecnocracia, pues al quedar descartado todo proceso realmente democrático y al envejecer la generación que se hizo del poder por las armas, la nueva y única legitimidad fue y sigue siendo la relación de amistad y la preparación profesional a juicio, claro está, del caudillo en el poder.
Durante la Segunda Guerra Mundial, México participó con los aliados, siempre de la mano de Estados Unidos, pero como sea México formó parte de las potencias que obtuvieron la victoria, pero en lugar de que esta victoria aproximara a ambos países lo que ocurrió fue un alejamiento. Estados Unidos de América debió asumir varios papeles de primera importancia mundial, el primero en la administración del Japón y su reconstrucción, así como de todo el Pacífico afectado por la guerra, en Europa junto con los aliados la administración y reconstrucción de Alemania y del resto del continente, y posteriormente, debió adoptar el papel de líder de los países occidentales y enfrentar la denominada Guerra Fría contra la Unión Soviética , esto tuvo un gran impacto en México, pues a partir de este momento desempeñamos un papel de mínima importancia, sólo clave en el Caribe y en muy menor grado en Centro América.
El sistema político mexicano -hasta antes del último sexenio del siglo XX- se proclamó siempre democrático sin un atisbo de serlo, aún sobre la propia elección de Francisco I Madero existen serias dudas debido a la organización electoral de la época, sin embargo y a pesar de su carácter antidemocrático y tecnocrático el sistema logró una amplia permeabilidad pues se extendió en toda nuestra geografía a militares, políticos, empresarios, banqueros, concesionarios, intelectuales, a simples ciudadanos con un poco de fortuna y hasta a uno que otro delincuente vulgar que de manera diferenciada, pero sin exclusiones, se integraron a los círculos exteriores de la élite central, distribuyendo de esa manera el poder y desde luego, sus generosos beneficios. Muchos de quienes formaron parte de ese grupo privilegiado salieron de él convertidos en grandes empresarios y en prominentes socios de los más distinguidos miembros de la misma élite central del poder. Negocio redondo.
Lejos de desilusionar a la sociedad este sistema despertaba el optimismo general, pues se creía a pie juntillas que era una meritocracia clasista, donde solo los más preparados y los más experimentados gobernarían, donde el cambio de funcionarios se haría sin disparar un solo tiro y donde se tendría una especie de Rey cada seis años, con la esperanza de que uno de ellos beneficiaría a cada gobernado o a alguno de sus familiares, amigos o cercanos y claro que para esto el sistema de méritos democrático e igualitario, era inapropiado. Acorde a esta concepción política sui generis inventada en México, tal vez derivada del compadrazgo, en cada familia mexicana había un influyente, todos conocían o eran conocidos o eran leales a amigos o parientes de un miembro de la élite central del poder, todos jugaban y todos podían ganar.
Pasarían algunos años hasta que Mijail Gorbachov asumió el poder en la Unión Soviética, entonces el juego de simulaciones nacionalistas de la élite mexicana perdió todo interés para los norteamericanos, los fraudes electorales ejecutados por el gobierno de Miguel de la Madrid, el despotismo de este hacia las fuerzas inconformes dentro de "El Partido" y la difusión de que el sistema mexicano agonizaba, abrieron una profunda fractura dentro del mismo grupo de beneficiarios, tal y como había sucedido en la época del porfirismo, en el momento preciso y sin un aviso claro, el PRI se dividió en dos facciones y Cuauhtémoc Cárdenas el hijo del creador del mismo sistema rompió con la élite que lo había cobijado y de inmediato -era 1988- enfrentó al sistema en las elecciones presidenciales.
1988 es quizás el año más importante para comprender el cambio de nuestra realidad política nacional, el sistema se cimbró pues no esperaba un resultado adverso, ni siquiera uno competido en las elecciones presidenciales de ese año, el mismo candidato oficial Carlos Salinas tardó en declarase ganador, la Secretaría de Gobernación hizo caer o callar al sistema electoral, apenas terminada la elección, los primeros resultados fueron favorables a Cárdenas y el desconcierto que eso ocasionó aún perdura.
Sería una pretensión excesiva decir que el Fraude Electoral fue creado por nosotros los mexicanos, pero lo cierto es que congenia perfectamente con nuestra picaresca y por ello, entre otras buenas razones, se implantó aquí como si este fuera su solar nativo, al extremo de que es una de nuestras más entrañables instituciones políticas, cuando hablamos de los procesos electorales desde que México se hace llamar "República democrática" sabemos que todos esos procesos fueran en realidad burdas maquinaciones de la élite en el poder para aparentar actos democráticos donde solo había la voluntad de una facción, en lugar de elecciones teníamos planes armados, asonadas, golpes de estado y cuando hablamos de los "congresos" debemos dar por sentado que los "diputados" y aún los gobernadores eran designados desde la residencia transitoria o permanente de la élite convocante, así que por descontado se sabe que las asambleas deliberativas estaban formadas por cómplices y solo excepcionalmente se infiltraban opositores reales, en los dos siglos de existencia independiente de México, menudearon las imposiciones antidemocráticas puesto que hasta el 2000 nunca hubo verdaderos procesos democráticos en todo el país, sin embargo fue a Plutarco Elías Calles, el "Jefe Máximo de la Revolución" al que le corresponde institucionalizar al fraude electoral como el sistema de designación de todas las autoridades políticas, empezando con el fraude contra los vasconcelistas, Lázaro Cárdenas -no se podía quedar atrás-armó otro contra Andrew Almazan y desde entonces se entronizó en el corazón de nuestro sistema político.
Pero en 1988, la élite central estaba cegada por la soberbia, ni siquiera previó un plan fraudulento contra Cuauhtémoc Cárdenas, así que la información que se dio a conocer durante la noche del 6 de julio con resultados a favor de Cárdenas y la ausencia de información durante la madrugada y el 7 de julio, debido a la sorpresa, generaron en la sociedad la certeza de una aplastante victoria opositora. Para fortuna del sistema, la inesperada solución llegó por la vía de un acuerdo cúpular -poco claro o mejor dicho, sospechoso- entre el oficialismo y el Partido Acción Nacional (Sí el de los demócratas de los que hablábamos antes) gracias a lo cual Carlos Salinas de Gortari pudo tomar protesta como presidente, aún en medio de un estado de repulsa generalizado.
A partir de ese año se inició un periodo de grandes cambios en cuanto al reconocimiento de los resultados electorales, en 1989 el PAN ganó y se reconoció su triunfo por la gubernatura de Baja California, en 1994 el propio Cuauhtémoc Cárdenas ganó y se le reconoció como Jefe de Gobierno dela Ciudad de México -el segundo puesto en importancia política de México- en el año 2000 el Partido Acción Nacional ganó abrumadoramente las elecciones presidenciales y en 2006 en una controversial elección, apenas por un puñado de votos de diferencia a su favor, fue electo Felipe Calderón Hinojosa del PAN ante protestas de fraude electoral concentradas en el Distrito Federal -bastión del candidato derrotado- por primera ocasión el PRI quedó en tercer lugar en la votación por la presidencia de México.
Sería una pretensión excesiva decir que el Fraude Electoral fue creado por nosotros los mexicanos, pero lo cierto es que congenia perfectamente con nuestra picaresca y por ello, entre otras buenas razones, se implantó aquí como si este fuera su solar nativo, al extremo de que es una de nuestras más entrañables instituciones políticas, cuando hablamos de los procesos electorales desde que México se hace llamar "República democrática" sabemos que todos esos procesos fueran en realidad burdas maquinaciones de la élite en el poder para aparentar actos democráticos donde solo había la voluntad de una facción, en lugar de elecciones teníamos planes armados, asonadas, golpes de estado y cuando hablamos de los "congresos" debemos dar por sentado que los "diputados" y aún los gobernadores eran designados desde la residencia transitoria o permanente de la élite convocante, así que por descontado se sabe que las asambleas deliberativas estaban formadas por cómplices y solo excepcionalmente se infiltraban opositores reales, en los dos siglos de existencia independiente de México, menudearon las imposiciones antidemocráticas puesto que hasta el 2000 nunca hubo verdaderos procesos democráticos en todo el país, sin embargo fue a Plutarco Elías Calles, el "Jefe Máximo de la Revolución" al que le corresponde institucionalizar al fraude electoral como el sistema de designación de todas las autoridades políticas, empezando con el fraude contra los vasconcelistas, Lázaro Cárdenas -no se podía quedar atrás-armó otro contra Andrew Almazan y desde entonces se entronizó en el corazón de nuestro sistema político.
Pero en 1988, la élite central estaba cegada por la soberbia, ni siquiera previó un plan fraudulento contra Cuauhtémoc Cárdenas, así que la información que se dio a conocer durante la noche del 6 de julio con resultados a favor de Cárdenas y la ausencia de información durante la madrugada y el 7 de julio, debido a la sorpresa, generaron en la sociedad la certeza de una aplastante victoria opositora. Para fortuna del sistema, la inesperada solución llegó por la vía de un acuerdo cúpular -poco claro o mejor dicho, sospechoso- entre el oficialismo y el Partido Acción Nacional (Sí el de los demócratas de los que hablábamos antes) gracias a lo cual Carlos Salinas de Gortari pudo tomar protesta como presidente, aún en medio de un estado de repulsa generalizado.
A partir de ese año se inició un periodo de grandes cambios en cuanto al reconocimiento de los resultados electorales, en 1989 el PAN ganó y se reconoció su triunfo por la gubernatura de Baja California, en 1994 el propio Cuauhtémoc Cárdenas ganó y se le reconoció como Jefe de Gobierno de
Estos cambios nos llevaron del Fraude electoral de siempre al espejismo de la Democracia, al menos eso nos ocurrió en el 2000, pero ahora podemos apreciar que la simiente que se sembró en 1988 fue tan solo la última mutación de la antidemocracia de siempre, que ahora florece con dogmatismos sin ideas y cuyo único fruto es el engañoso partidismo, ya que sin importar por cual membrete votemos, será siempre lo mismo, pues la amarga sabia de todos los partidos es la misma. La democracia no ha llegado y mientras la esperamos a la orilla del camino, se nos obliga a engordar a los partidos políticos, que nos exigen someternos a las mismas reglas que la Delincuencia Organizada exige a los delincuentes: silencio cómplice y lealtad ciega a las cúpulas que son la legión de políticos y gobernantes déspotas, injustos y venales, quienes en el mejor de los casos se conforman con vivir como satrapas a nuestras costillas pero que si les damos la oportunidad, no dudarían en tiranizarnos. En suma, los partidos son dirigidos por una casta sumisa con los poderosos, pero cruel con los oprimidos pero que a pesar de estar descubierta, carece de rival y por ello, tiene el pronóstico de una larga vida. El año oficial de nuestra transición es el 2000, por primera vez desde la oposición ganó un candidato que era ajeno en todo al presidente en turno y a su partido, no hubo el clásico fraude electoral no hubo regateos de ninguna especie, ese año también puede ser visto como la cima de un estado de satisfacción, confianza, optimismo y esperanza, solo comparable a la victoria de Francisco I Madero; El 2 de julio día de la elección las casillas estuvieron llenas desde temprana hora y los aeropuertos recibieron a un alud de migrantes ciudadanos que vinieron expresamente a votar.
Por desgracia nuestra transición fue insatisfactoria en todos los ordenes, sin duda fue un proceso desilusionante, pues el gobierno no tuvo ni las ideas, ni el instinto para convertir el apoyo nacional en un esfuerzo común, o en grandes reformas políticas, ni siquiera se logró una mayor colaboración entre la sociedad y el gobierno, ni se consolidó nuestra naciente democracia, pues fue secuestrada desde su cuna por la misma élite central del poder, ahora convertida en varias pandillas con el nombre de partidos políticos. De nueva cuenta los fantasmas que desde Martín Cortés encontramos se hicieron presentes: cerrazón, exageración de las cosas poco relevantes y omisión de aquellas importantes, espíritu de venganza, sentido de pandilla. El gobierno entró en un estado de hibernación y México quedó anclado a la misma élite de siempre.
Desde 1936 nuestra élite gobernante había adoptado una postura pragmática, desechó de plano cualquier barrunto ideológico y celosamente clausuró todo resquicio por el que pudiera infiltrarse cualquier idea o principio político y lo hizo de tal manera, que es probable que ninguna otra élite del poder en el mundo haya logrado esto de una manera tan exitosa como en México, tal “hazaña” se logró gracias a que nuestra élite supo cultivar el “cero ideológico” y el “cero moral” como nadie más, de manera congruente tampoco se comprometió seriamente con ninguna clase social o política, aunque simulaba hacerlo y vaya que supo simular. Las ventajas de esta actitud le permitieron a nuestra élite adaptarse a los cambios inevitables pero sin comprometerse con sus consecuencias democráticas y de esta manera, pudieron ofrecer lo que no estaban dispuestos a conceder y a conceder todo aquello que no implicara transferir el poder a otras manos.
Fue durante el gobierno de Ernesto Zedillo que se reconocieron todos los triunfos electorales de la oposición, pero entonces ocurrió un fenómeno del todo inesperado: la oposición que había percibido la debilidad del PRI optó por radicalizarse en posturas aparentemente ideológicas, las llamadas “reformas estructurales” planteadas por Zedillo fueron votadas en contra por el PAN, quién unos pocos años después ya en el poder se apropió de ellas, pero ahora fue el PRI quién las votó en contra. Pero esto no es ni una ironía, ni simple revanchismo, es el síntoma de un verdadero síndrome enfermizo, con síntomas a la vista, como el partidismo hueco, la ideologización sin ideas, la "moralización" de la política sin principios éticos de ninguna especie. El diagnostico es sencillo, para sobrevivir nuestra élite gobernante se radicalizó en su pragmatismo ancestral, pero ahora dirigido a desprestigiar a cualquier precio al adversario, a romper todos los puentes para impedir a quien sea que avance, un pragmatismo dinamitero que se convirtió en parálisis, en demagogia extrema y en la simulación total.
Este síndrome debilitó las defensas de nuestro organismo social, permitiendo que otros males oportunistas lo ataquen. El 24 de mayo de 1993, en el aeropuerto de Guadalajara el Cártel de los hermanos Arellano Félix, había planeado asesinar a su adversario el “chapo” Guzmán, probablemente el acto criminal hubiera pasado inadvertido o con un escaso relieve periodístico, pero además de otras personas también inocentes que llegaban al aeródromo, fue asesinado el Cardenal de Guadalajara Monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, lo cual fue una especie de temprana bomba noticiosa para un país en el que nunca pasaba nada, el mundo asombrado se preguntó que había ocurrido,la Procuraduría General de la República se tomó su tiempo para aclarar lo que había ocurrido, pero cuando lo hizo ya los medios de comunicación y los periodistas habían elaborado diversas teorías de conspiración al estilo norteamericano, así se dijo “el objetivo no era asesinar al Chapo Guzmán sino al arzobispo para evitar denuncias graves” contra personajes indeterminados, a esto se sumó el Cardenal Sandoval Iñiguez agregando fuego al asunto al anunciar supuestas revelaciones secretas que por cierto, nunca se revelaron, pero dos cosas afloraron, la primera el enorme poder, sadismo y riqueza de las mafias de narcotraficantes hasta entonces ignoradas y por otra parte, la enorme capacidad para confabular e imaginar conspiraciones de nosotros los mexicanos, los que ante la falta de noticias confiables preferimos lo irreal, lo ficticio y de plano, lo fantasioso.
Desde 1936 nuestra élite gobernante había adoptado una postura pragmática, desechó de plano cualquier barrunto ideológico y celosamente clausuró todo resquicio por el que pudiera infiltrarse cualquier idea o principio político y lo hizo de tal manera, que es probable que ninguna otra élite del poder en el mundo haya logrado esto de una manera tan exitosa como en México, tal “hazaña” se logró gracias a que nuestra élite supo cultivar el “cero ideológico” y el “cero moral” como nadie más, de manera congruente tampoco se comprometió seriamente con ninguna clase social o política, aunque simulaba hacerlo y vaya que supo simular. Las ventajas de esta actitud le permitieron a nuestra élite adaptarse a los cambios inevitables pero sin comprometerse con sus consecuencias democráticas y de esta manera, pudieron ofrecer lo que no estaban dispuestos a conceder y a conceder todo aquello que no implicara transferir el poder a otras manos.
Fue durante el gobierno de Ernesto Zedillo que se reconocieron todos los triunfos electorales de la oposición, pero entonces ocurrió un fenómeno del todo inesperado: la oposición que había percibido la debilidad del PRI optó por radicalizarse en posturas aparentemente ideológicas, las llamadas “reformas estructurales” planteadas por Zedillo fueron votadas en contra por el PAN, quién unos pocos años después ya en el poder se apropió de ellas, pero ahora fue el PRI quién las votó en contra. Pero esto no es ni una ironía, ni simple revanchismo, es el síntoma de un verdadero síndrome enfermizo, con síntomas a la vista, como el partidismo hueco, la ideologización sin ideas, la "moralización" de la política sin principios éticos de ninguna especie. El diagnostico es sencillo, para sobrevivir nuestra élite gobernante se radicalizó en su pragmatismo ancestral, pero ahora dirigido a desprestigiar a cualquier precio al adversario, a romper todos los puentes para impedir a quien sea que avance, un pragmatismo dinamitero que se convirtió en parálisis, en demagogia extrema y en la simulación total.
Este síndrome debilitó las defensas de nuestro organismo social, permitiendo que otros males oportunistas lo ataquen. El 24 de mayo de 1993, en el aeropuerto de Guadalajara el Cártel de los hermanos Arellano Félix, había planeado asesinar a su adversario el “chapo” Guzmán, probablemente el acto criminal hubiera pasado inadvertido o con un escaso relieve periodístico, pero además de otras personas también inocentes que llegaban al aeródromo, fue asesinado el Cardenal de Guadalajara Monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, lo cual fue una especie de temprana bomba noticiosa para un país en el que nunca pasaba nada, el mundo asombrado se preguntó que había ocurrido,
Desde los años setenta el ejército mexicano había participado en una serie de operaciones destinadas a erradicar siembras de marihuana en diversos estados de la República , en especial en Sinaloa, la intervención militar en funciones de policía despertó grandes sospechas de complicidad entre los narcotraficantes y la milicia, eran tiempos de absoluta desinformación y de control total de la Élite del Poder sobre los medios informativos nacionales y en el plano internacional el asunto no interesaba a la prensa norteamericana, en México y en el sur de Estados Unidos aparecieron algunos personajes siniestros dedicados a la producción y trasiego de drogas prohibidas, los norteamericanos que habían ido a la Guerra de Vietnam y a la de Corea eran grandes consumidores de marihuana y héroes nacionales por añadidura lo cual se entendía sin contradicción, así que junto a la prosperidad norteamericana de las clases medias, también se creó una cultura permisiva, una tolerancia a la norteamericana, justificada por la intelectualidad hippie de la época que alegaba que la marihuana es menos dañina que el tabaco.
Así que todo eso fomentó el éxito de la actividad de las bandas de narcotraficantes y la prosperidad económica de los nacientes carteles de la droga, en Colombia, Perú y Bolivia donde el árbol de la Coca se sembraba de manera legal, ocurrió lo mismo, pronto el primer cartel mexicano se asoció a los colombianos y peruanos, para convertirse en la célula madre de la que nacieron otros más agresivos y la actividad delictiva, a la par que comercial y productiva se incrementó, para entonces toda la droga tenía como destino Estados Unidos de América, México en si mismo no era un mercado apetecible para los carteles, el alto costo de las drogas y el generoso mercado norteamericano hacían que no tuvieran ni interés ni capacidad para incursionar en el mercado nacional, todo era felicidad.
De nueva cuenta fue un cambio en Estados Unidos de América, el que propició grandes cambios en México, el Presidente Ronald Reagan rompió con la política permisiva hacia las drogas, inició la campaña de “Cero tolerancia” y se implementaron controles anti doping en oficinas públicas y en los cuerpos policíacos norteamericanos, las drogas se asociaron a la corrupción gubernamental y entonces nuestras autoridades fueron presionadas, volvieron los retenes militares y se nombro Jefe de la lucha antinarcóticos al General José de Jesús Gutiérrez Rebollo quién resultó ser un delincuente en la nómina de Amado Carrillo Fuentes, apodado “El Señor de los Cielos” incluso vivía en un departamento de lujo propiedad del capo. Desde entonces la lucha de las policías contra los delincuentes ha ido en ascenso y la guerra entre los carteles no tiene limite, atentados dinamiteros, camiones de gasolina utilizados como proyectiles, decapitados, personas convertidas en polvo, sepultados en fosas clandestinas, reducidos a nada con substancias químicas, asesinatos en masa incluyendo a niños inocentes, la criminalidad desatada incluso ya tiene intereses comerciales en nuestro territorio, donde se consumen drogas químicas de gran capacidad adictiva y precio ridículo, los jóvenes se incorporan a las milicias criminales que actúan con creciente éxito y cuentan ahora hasta con el apoyo indirecto de los críticos a la política de contención del gobierno. No debe omitirse que muchos delincuentes formados en las filas de los narcotraficantes se convirtieron en secuestradores y en sicarios. Fue a partir del 2006 cuando tuvimos oportunidad de conocer realmente el grado de arraigo de la delincuencia organizada en la economía y en la sociedad mexicana, el ataque frontal del gobierno a los carteles mostró el enorme poder que acumularon durante décadas.
Los delincuentes encontraron en el secuestro otra generosa fuente para obtener pingues ganancias, la bonanza criminal cubrió todo el país pero las particulares circunstancias del secuestro lo hicieron más grave, en ciudades como Tijuana y a lo largo de la frontera norte, la sociedad harta e impotente optó por abandonar sus casas y tomar el camino rumbo a la seguridad relativa de Estados Unidos de América, pero tal solución no es posible para todo el país ¿O sí? La pregunta realmente no es ociosa, los mexicanos hemos visto en nuestro vecino una puerta natural de escape, ese no fue el caso de Hidalgo que fue al norte a encontrarse con un grupo de insurgentes, lo cual resultó solo una estratagema para atraparlo, tampoco lo fue para Porfirio Díaz que bien sabía que su salida era obra del gobierno de las barras y las estrellas y de las petroleras norteamericanas, pero si lo fue para Juárez y para Madero, para Ricardo Flores Magón, para los gobernadores indecisos como Maytorena y para Plutarco Elías Calles, ya que sin duda los mexicanos sufrimos el atractivo de compartir nuestra vida con Estados Unidos de América, todos tenemos un familiar “ciudadano” o al menos “residente” millones de mexicanos viven en estos momentos entre California y Chicago, pero los hay pescando en Alaska, trabajando en los restaurantes de aquel país, algunos “sirven” en el ejército, otros trabajan en la fresa o en las “canerías”, en todas partes están e incluso conviven con los “rednecks”, nuestra cocina es ahora la cocina del sur de Estados Unidos -en una de sus variantes menos afortunadas- esta realidad migratoria y de transculturalización no es un abandono a México, en todos nuestros emigrantes existe el sueño de Odiseo: regresar, son optimistas porque no abandonan a México, simplemente lo dejan por un tiempo con la promesa de volver a él, son optimistas porque a pesar de que son expulsados por la pobreza y ahora hasta por su éxito no queman sus naves, pues dejan familia, propiedades, animalitos, negocios y solo se llevan con sus pobres ropas a nuestra cultura, que de algo les servirá.
“La suave patria” el magistral poema escrito por Ramón López Velarde, en los momentos en que México se aprestaba a celebrar sus primeros 100 años de independencia, nos describe afortunada e inequívocamente, excepto cuando dice “el Niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo, el diablo” pues con el tiempo los establos y por extensión el México agrícola y campesino se ha convertido en una minoría frente al México urbano y su existencia, ha sido a lo largo de nuestra historia, una especie de “multitud silenciosa”, en tanto que el petróleo desde que adquiere dimensión económica se convirtió en nuestro personaje central, derrotó a Porfirio Díaz y a Francisco I Madero, a las compañías inglesas, elevó a Lázaro Cárdenas al más alto sitial y es la primera fuente de ingresos fiscales, es nuestra única carta fuerte con Estados Unidos y en el objeto de su siempre interesado deseo, en la fuente exclusiva de nuestras reservas internacionales de divisas, en el sostén de nuestra economía, en la exaltación de nuestra soberbia, en nuestra humillación perenne y es el eje de nuestro aparente desacuerdo político, y cuando la crisis golpea nuestra puerta el petróleo es la llave de la puerta por la que sale, también la empresa nacional que lo administra, PEMEX, ha sido y es para muchos afortunados y optimistas mexicanos y extranjeros el emirato de ensueño, la gallina de los huevos de oro, el cuerno de su abundancia y si bien es muy probable que no haya sido el Diablo quien lo escrituró en nuestro favor, es seguro que será el Diablo, el mismísimo Satanás el que lo agote. En tanto con gran optimismo seguimos vendiendo lo que nos queda al precio de rebatinga que nos impone Nueva York.
A finales del siglo XVIII el gran sabio alemán Alexander Von Humbold después de un largo viaje describió pasmado a la Nueva España, sus riquezas inconmensurables, su posición estratégica, su futuro de abundancia, todo lo escribió o lo dibujó, plasmó graficas, datos, curiosidades, todo, todo, y claro que el sabio también precisó el estado de sus defensas militares y a pesar de que le pidieron expresamente que no lo hiciera, el gran liberal entregó una copia de su trabajo a Estados Unidos de América, que desde entonces planeó la guerra contra nosotros. No podemos culparlo, como hombre de su tiempo creía que el futuro de la humanidad estaba en el destino de ese pueblo liberal y democrático arrinconado al norte del continente, el tiempo le dio la razón y a los norteamericanos un extenso territorio, el mismo que describió su promotor Alexander Von Humbold, pero para nuestra fortuna con algo nos quedamos después del desgarre, ese algo de cualquier manera es un rico territorio -incluyendo sus mares- dotado de grandes recursos naturales que hemos vendido a quienes los pueden transformar ya que nuestros empresarios prefieren vender manufacturas que manufacturar, hemos vendido la riqueza de México como el que vende en el Congo un diamante en bruto, para que otros, en otro suelo y bajo otro cielo, lo corte, lo pula y lo haga resplandecer.
Pero a pesar de este escenario cambiante y adverso, a pesar de la inesperada ideologización en un país que en el siglo XX no conoce ninguna pasión ideológica verdadera, por su aversión a las ideas, a pesar de que las grandes inversiones en aspectos considerados estratégicos de nuestra economía terminaron en grandes fracasos o se quedaron a medias, a pesar del ascenso de la criminalidad y de que nuestra economía ha sufrido males constantes y de que en conjunto la bonanza cuando ha llegado, se ha concentrado en una minoría, en tanto que la masa de la población pobre o peor aún, míseramente pobre, sigue esperando un milagro, pues a pesar de todo, los mexicanos seguimos siendo optimistas, esperando que de un momento a otro las cosas cambien, que de un momento a otro llegue sin dolores la democracia u otro sistema de mayor equidad, que la calidad de la educación mejore y así seguimos esperando y esperando estamos.
Por Antonio Limón López
Selva Azul
Por Antonio Limón López
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