Un
funeral. Con asombroso tino los diputados perredistas organizaron en el Palacio
Legislativo unas pompas fúnebres por la muerte de Lázaro Cárdenas. ¡Acierto
total! Efectivamente la reforma energética “lo mató”; y ojalá, su obra, jamás
resucite.
Aunque
sea difícil entenderlo por tantos años de culto público, biografías acríticas y
fanatismo político, el general Cárdenas representa muchas de las causas del
atraso del país. La reforma energética intenta reparar una de ellas. Verdadera
hazaña derribarlo de su pedestal mitológico. El logro es del presidente Peña,
pero también, y en gran medida, de la oposición socialmente útil del PAN.
Al
terminar el derramamiento de sangre de la Revolución Mexicana, el michoacano
Cárdenas advirtió que al “conducir la comprensión” de la Revolución,
“conduciría” también los destinos del país.
Cárdenas
forjó una memoria de la Revolución para legitimar sus actos de gobierno; y con
ese legado, comenzó una tarea de falsificación de la vida pública donde confundió,
en armoniosa complicidad, al “Estado”, “la revolución”, “el partido” y “el
gobierno”. Esa mezcolanza le permitió el usufructo nacionalista del poder
político en México, donde desde la cúspide de la pirámide gobernó el deseo
personal de un rey sexenal todopoderoso. ¿División de poderes? ¿Democracia?
¿Estado de Derecho? No. Presidencialismo puro y duro.
Precisamente
el acto de la expropiación petrolera de 1938 significó la consolidación de esa
cultura estatizadora, colectivista y presidencialista sembrada con fervor por
Cárdenas, causa originaria del despilfarro en Pemex en nombre del pueblo.
En
muchas ocasiones Cárdenas mostró desprecio por la propiedad privada, y en sus
discursos oficiales se escuchó “la socialización de medios de producción” y “la
progresiva nacionalización de la industria”. Esa cantaleta la enterró la
reforma energética.
“La
intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada
vez más a fondo”, sostuvo don Lázaro en su protesta presidencial, y sus aventuras
populistas acabaron en rotundo fracaso; como el “reparto agrario”, donde la
burocracia estatal asfixió al campo, encumbró a líderes sin productividad, y
sujetó a los campesinos al control político del PRI, su tarea era votar o
aplaudir, y esperar el soborno gubernamental antes que la cosecha.
La
corrupción sindical en Pemex se incubó por esa cultura gremial, donde se
afiliaba obligatoriamente a los trabajadores al partido oficial a cambio de
impunidad, y Cárdenas comenzó ese corporativismo al refundar al partido de la
Revolución y organizarlo con sus famosos sectores campesino, obrero,
burocrático y hasta militar. La CTM y la CNC son ejemplos claros de esa
patología cardenista.
¿Qué
son los pasivos laborales de Pemex o CFE, sino inercias y herencias de una
cultura clientelar cardenista, donde la responsabilidad financiera importa un
comino? Cualquier semblanza medianamente objetiva del presidente Cárdenas
informa que sus programas sociales -incluidos regalos de dinero en efectivo,
vacas, máquinas de coser, molinos de nixtamal, etcétera- se sostuvieron con el
sobregiro del Banco de México y desataron la inflación. El paternalismo de
Cárdenas no parecía entender de rendición de cuentas. Mucho menos de respeto a
la aritmética elemental del mercado.
“Nunca
he negado mi simpatía por los comunistas”, dejó asentado en su Diario. La
reforma energética abierta a la inversión privada en petróleo y electricidad es
un compromiso con la libertad que siempre negó el comunismo. No extraña que
Cárdenas y el dictador Fidel Castro hayan comido algún día en el mismo plato.
Divinizar
a Cárdenas le costó mucho al país. El régimen priista poco a poco se alejó de
su pasado. El PAN le dio una victoria al futuro y a la modernización. La
izquierda, huérfana de su Tata Lázaro, ¿por qué no propone expropiar los medios
de producción, reanudar la lucha de clases y colectivizar los esfuerzos
laborales? Hay conceptos políticos repugnantes, y difuntos que apestan.
Germán
Martínez Cázares