Doce años después de perder por primera ocasión en
2006 -volvió a probar la derrota en 2012- Andrés Manuel López Obrador no solo
encontró el camino de la victoria, sino que barrió a sus contrincantes. Obtuvo
30 millones de votos, el 52% del total de los emitidos, y sus tres competidores
se dividieron tristemente la fracción residual. En el carro de la victoria
subió a todos los candidatos que le juraron fidelidad eterna y capturó no solo
el olivo de la victoria, sino un poder tan absoluto en los estados y en los
congresos que ni Donald Trump lo tiene ahora, ni Obama lo tuvo jamás.
La inusual victoria de López Obrador, y por ende la inusual
derrota de los partidos tradicionales, ofrece la posibilidad de obtener beneficios colaterales inesperados, pues ahora
los partidos de siempre e incluso a MORENA el partido creado por López Obrador,
deben cambiar, pues todos adolecen de los mismos males: Anti democracia,
caudillismo, dedazos, desprecio a las reglas del juego y acuerdos de espaldas de
los militantes. Es claro que los partidos tradicionales han fracasado.
El mismo López Obrador se enfrenta al dilema
tradicional, el de dar independencia a su partido o el de seguir siendo su dueño autoritario como es lo
común. A partir del año próximo inician las elecciones locales y luego las federales
en tres años y en seis más MORENA tendrá que presentar candidato a suceder al
propio López Obrador, por lo que es muy probable que MORENA sea otro partido
ordinario, en especial porque la única argamasa que une a MORENA fue la de
llevar a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia. Sin embargo aun siendo
improbable el camino democrático, la necesidad de democratizar a MORENA es tan
grande como lo es para los restantes partidos.
Otro beneficio colateral es el de poner fin a la
demanda de los seguidores de López Obrador, pues durante 12 años han insistido momento
a momento en su honestidad absoluta y en la corrupción de todos los demás; durante
doce años López Obrador ha anunciado que obligaría a Estados Unidos a un trato
de igual a igual, que se pacificaría al país y se pondría fin a la delincuencia
homicida sin necesidad de aplicar la fuerza del estado contra los delincuentes;
ofreció que terminaría con la corrupción endémica sin necesidad de juzgar a
nadie, solo con su ejemplo, prometió una República nacionalista, patriótica,
amorosa, productiva, eficiente, transparente, donde todos tengan seguridad
médica y social, donde todo el que quiera estudiar cuente con la puerta abierta
de todas las universidades públicas, con trabajo e ingreso digno garantizado para
todos y con una drástica reducción de impuestos.
Este segundo gran beneficio colateral pondría fin a la
irritación social, al precio de que Andrés Manuel López Obrador gobierne, y que
con ello ponga fin a todos nuestros grandes males, de “que lo dejen gobernar”, “porque
ya le toca”, y así beneficiarnos todos o sufrir todos la decepción de que sea
otro presidente ordinario, desbocado en las promesas y magro en los resultados.
Si todo sale bien, habremos cambiado y por fin
caminaremos a la Democracia y al Buen Gobierno, si no salen las cosas bien, o volvemos
al sentimiento de impotencia y frustración o bien tendremos que cambiar por
nosotros mismos.
Por Antonio
Limón López.
@antoniolimon
limonuno@gmail.com