A
pesar de que los partidos políticos en México nos cuestan cantidades de infamia, la
pobreza intelectual prevalece entre sus candidatos y dirigentes, y por cierto hay que decir que esto nos es gratuito pues esa miseria tiene
varias causas: En primer lugar la ausencia de una postura republicana
genuina, ya que la Cosa Pública (La República) es el botín para premiar a los
ganadores con su expolio. En segundo lugar, la carencia de una vida política
verdadera provoca la ausencia de propósitos a lograr y de ejemplos dignos a
imitar, luego agreguemos la nula cultura política que es consecuencia de lo
anterior y a la cual se debe sumar la proverbial falta de libros en las cabezas
de quienes nos gobiernan, más la recluta de nuestros hombre de gobierno entre escaladores,
técnicos mal formados y pillos vulgares es lo que provoca la miseria política
en que chapotea México.
Para
cualquier espectador no avisado nuestra política es incomprensible, pues no es
apasionada sino irritada, no es moralizante sino moralina, no debate ideas sino
ocurrencias, no contrapone ideologías, y la indignación es simulada, cualquier
proyecto es en el mejor de los casos una promesa burocrática y no una exigencia
social. Así el mal nacional, la simulación, sigue penetrando hasta el tuétano
de lo mexicano.
Por
desgracia a estos males ordinarios, se
le han agregado nuevos males y no solo cometidos por nuestros políticos de los cuales
siempre debemos esperar lo peor, sino por anónimos y por distinguidos miembros
de nuestra sociedad. Me refiero a la explotación con fines políticos de los
niños. En eventos políticos y no es extraño encontrar a niños que pronuncian una
arenga o un discurso político. Cabe decir que la Unicef define al “niño” simplemente
como “menor de 18 años (cuando la Ley del Estado no previene otra edad)”, pero
en este caso no me refiero a menores de 18 y mayores de 13 años, sino a niños de
12 años y menores. Edad en que la personalidad propia no es capaz de desacatar
el mando de los adultos de su entorno.
Desde
la elección del 2012 una organización pseudo política “Mexicanos Primero”, propiedad
del empresario Claudio X González, decidió influir en la elección presidencial mediante
la divulgación de una filmación actuada por niños menores de 13 años. En 2018,
la misma asociación hizo otra filmación para influir en el ánimo del elector,
por fortuna ahora el Tribunal Electoral del Poder Judicial, impidió su divulgación.
En
muchos mítines y en las redes sociales aparecen niños que compiten en edades
cada vez menores, expresando argumentos
que seguramente les inculcaron para favorecer a uno o a otro candidato, con el
propósito obvio que sean sus padres o tutores los que cobren las ganancias económicas
o políticas del trabajo de los niños.
Es un
tema complejo, pues desde que existe la industria del Cine en el mundo, los
menores de 13 años han sido actores, incluso en México existen ahora
regulaciones para el trabajo de los actores infantiles, lo cual es plausible,
pero en el caso del debate político, la tentación de poner argumentos de
adultos en niños bien entrenados es una tentación irrefrenable, pues los
autores de esos mensajes saben que expresados por ellos no aportan nada,
consideran que estos recitados por niños pequeños conmoverán al público que los
escuche.
Esto
es trampa para los electores, pero sobre todo es abuso contra los menores, pues
en la inmensa mayoría de los casos que se producen estos abusos los niños no
son actores, ni son conscientes de sus actos, ni han sido preparados psicológicamente
como los niños actores profesionales. El niño es confundido en su vida, paga con el bulling a que lo someten sus compañeros de la escuela y tienen que pagar un precio por algo
de lo que son ajenos, inocentes o mejor dicho: víctimas. Claro que creo en la
politización de los menores de edad, en la politización de padres amoroso y delicados, pero no en la politización con objetivos
utilitarios y beneficios directos para los adultos, que los hacen memorizar discursos o arengas políticas. Eso es un abuso infantil.
Claro
que es correcto que los políticos saluden y muestren simpatía por los niños, e incluso es deseable que el niño sea un tema de campaña, pero eso es distinto a que los políticos toleren y aun alienten a otros adultos para para que conviertan a los niños, sean sus hijos o su pupilos a que se conviertan en periquitos repetidores de lo que
ellos no se atreven a decir o que en caso de decirlo los adultos, carezca de valor alguno. Estoy seguro que muchos menores de 14 años
ya tienen ideas políticas, y que todos los menores mayores de 16 años
las tienen, incluso muy bien elaboradas, pero ese no es el caso de los niños de
menos de 13 años. Esto es preocupante, porque México no es un país donde se hagan con claridad las distinciones, precisamente por la mala calidad de nuestra clase política, por la avidez y desprecio a todo lo que no sea en su directo beneficio.
Por Antonio Limón López.